EL poder establecido de la época daba por válida la teoría geocéntrica, donde se afirmaba que la Tierra era el centro del universo, y que era el sol quien giraba en torno a él. No obstante, en 1543 el astrónomo polaco-prusiano del Renacimiento Nicolás Copérnico postuló la teoría heliocéntrica, en la cual, se modificaba el eje de translación y se dictaminó que era la Tierra quien giraba alrededor del Sol.

El rompecabezas que se mueve: las Tierras Raras

En los últimos siglos hemos vivido en una época que bien podría llamarse el eurocentrismo. Este tiene su germen en la primera circunnavegación capitaneada por Juan Sebastián Elkano, considerado por muchos la mayor proeza náutica de la historia, y que, casualmente, hace unos meses cumplió el quinto centenario. Tras ello, innumerables países europeos han dominado el mundo, siendo el viejo continente el centro de operaciones. Sin embargo, el aumento demográfico que hemos vivido este último siglo, donde se ha triplicado el número de habitantes de la Tierra, ha supuesto una pérdida de peso específico de Europa dentro del tablero mundial (25% a 7%).

Patrick Wyman, en un brillante artículo titulado “¿Cómo sabes si estás viviendo la muerte de un imperio?”, destaca que las estructuras cinematográficas nos tienen acostumbrado a la narrativa imperante del ascenso, y su posterior declive y caída de un imperio. Pero la realidad no está unida a imágenes de columnas estriadas de templos que caen al suelo, derribadas por bárbaros vestidos de pieles que se esfuerzan por destruir algo hermoso. La caída de un imperio –el fin de una forma de gobierno, un orden socioeconómico, una cultura dominante o todo entrelazado– se parece más a una serie en cascada de fracasos menores, individualmente sin importancia, que a un final dramático que aparece de la nada.

El análisis del autor sobre la caída del imperio romano señala a carros de suministros que no llegan a algún fuerte debido a una burocracia militar disfuncional, un funcionario corrupto que decide maquillar los libros y afirmar que se recaudaron los impuestos o un acueducto que se cae a pedazos y nadie dispuesto a adelantar los fondos para repararlo. ¿Seriamos capaces de observar ciertos paralelismos con la caída del imperio occidental en el siglo XXI?

En el pasado China no tuvo la visión estratégica de abrazar el cambio en la revolución industrial, quedando relegada al ostracismo. No obstante, hoy en día ha interiorizado que la ciencia y la tecnología es el único camino para elevar los estándares de calidad de sus ciudadanos, a la par de alcanzar el poder global. El Imperio Romano se capilarizó mediante acueductos y calzadas romanas para unir el corazón del Imperio en Roma con sus fronteras. Análogamente, China se quiere vertebrar mediante la nueva Ruta de la Seda 2050, con la intención de que todo el mundo pivote sobre su órbita. El mastodóntico plan estratégico que se guía por el ritmo glacial de la mentalidad china, contempla realizar obras públicas, tales como vías ferroviarias, puertos, aeropuertos, infraestructuras de IT… para ganar influencia por Eurasia.

De este modo el mundo conmuta su eje de traslación, pasando de varios siglos de eurocentrismo al nuevo eje del indo-pacífico, convirtiéndose así en el sistema cardiovascular del planeta. Pero desgraciadamente, esta vez la República Popular de China podrá ejercer de órgano propulsor, ocasionando la brusca aparición de un cuadro isquémico, tras detener el riego de tierras raras a las economías inmersas en la transición energética que no estén en sintonía.

La pandemia covid-19 nos demostró mediante las mascarillas, respiradores y vacunas, que depender de terceros países inevitablemente generará desabastecimiento en los momentos de máxima tensión. Análogamente, en la guerra de Ucrania hemos observado como Rusia ha empleado el gas natural como arma de guerra o como la Unión Europea, al tratarse de un gigante económico, ha aplicado sanciones económicas para tratar de languidecer la economía rusa.

Solamente los astutos escarmientan en cabeza ajena afirma el refrán, y considerando que China alberga un tercio de las reservas de tierras raras del mundo, el 60% de la producción mundial de tierras raras y el 85% de la capacidad de procesamiento de tierras raras, el grado de dependencia que subyace hacia el gigante asiático es inequívoco. De hecho, el mes previo al inicio de la guerra de Ucrania, China anunció la creación de una nueva empresa estatal, “China Rare Earth Group”, quien controla el 40% del suministro mundial.

Consciente de ello, la subsecretaria adjunta del Pentágono para la resiliencia industrial de Estados Unidos, Halimah Najieb-Locke, recalcó que “no sabes cuánto está interconectado todo hasta que pierdes el acceso a una pieza del rompecabezas”. Por corolario, Joe Biden invocó la Ley de Producción de Defensa de 1950, promulgada por el presidente Harry S. Truman, para ordenar a compañías privadas a cumplir con las necesidades de defensa nacional y ese modo disponer de más herramientas para apoyar a la minería, el procesamiento y el reciclaje de materias primas críticas.

La Comisión Europea por su parte, ha presentado su Green Deal Industrial Plan y ha anunciado la creación de un Club de Materias Primas Críticas para agrupar a los consumidores de materias primas y a los países ricos en recursos con objeto de garantizar la seguridad global del suministro de estos minerales. Parece que esta nueva guerra fría azuzada por las tierras raras será multipolar.

En esa coyuntura, la Unión Europea no puede permitirse el lujo de cosechar otro fracaso menor, estando no solamente el cambio climático en juego, sino que la creación de la nueva economía industrial basada en el Internet de las cosas (IoT), la industria 4.0, energías renovables, almacenamiento eléctrico y un sinfín de nuevas tecnologías que dependen del suministro de tierras raras. El rompecabezas está en marcha, y desgraciadamente, es un juego de suma cero, lo que implica que existe un serio riesgo de que cualquier interrupción en la cadena de suministro desemboque en un infarto durante la transición hacia un futuro sostenible y descarbonizado.

No podemos permitirnos prolongar nuestro carácter inmovilista y pretender que las recetas pasadas sigan siendo válidas en el futuro. Puesto que si la Republica Popular de China actúa como imperio dominante, nadie podrá etiquetar este evento como un cisne negro. La descripción que más se ajustará es la de rinoceronte gris que acuñó Michele Wucker en la cumbre de Davos de 2013. Los Rinocerontes Grises son sucesos de alta probabilidad y tremendo impacto que, pese a ser reconocidos, se ignoran hasta que es demasiado tarde. Al igual que los rinocerontes, a pesar de ser catalogados como uno de los animales más peligrosos del mundo, cuando inicia súbitamente su carga contra los seres humanos, normalmente es demasiado tarde para la huida.

Ante tal panorama y tras todo lo previamente expuesto, resulta imprescindible que aprovechemos nuestros recursos, y por extensión, explotemos nuestros yacimientos y procesemos autóctonamente los elementos de las tierras raras, porque en su defecto, alguien lo hará en otro rincón del planeta y probablemente sin tener tanta consideración hacia el medioambiente. No debemos olvidar que el cambio climático es un fenómeno global, y carece de pasaporte. Por lo tanto, una vez asumido que debe de haber un cierto impacto sobre la Tierra, al menos, ser nosotros los responsables de realizarlo, con visos a minimizar dicho impacto por la concienciación ambiental que disponemos.

Porque el mundo, al igual que los bosques o los mares que bajo nuestros ojos parecen ecosistemas estáticos, se mueven constantemente. De igual modo, la civilización humana prosigue su evolución y nada más apropiado para finalizar este texto, que las palabras que Galileo Galilei murmuró cuando la Inquisición lo declaró “sospechoso de herejía” por apoyar la teoría heliocentrista en 1633, “eppur si muove” (y, sin embargo, se mueve).

Autor del boletín semanal ‘Energy Analysis’ en Substack