HUBO una época, entre los años sesenta y mitad de los ochenta, en que la Política Agrícola Común era la única política de gasto relevante del Mercado Común Europeo. Durante los veinte años siguientes, la agricultura compartió prioridad con la cohesión territorial. Y desde el inicio de la crisis, la política de competitividad, centrada en la investigación y el desarrollo, se ha convertido en el tercer pilar presupuestario de la UE.

El ‘impasse’ europeo

Hace unos años todo apuntaba a que la política de defensa, vale decir el desarrollo de un complejo militar-industrial europeo vendría a completar las políticas de gasto comunitarias. De hecho, los países de la UE ya cuentan con una industria militar de envergadura; con 40 mil millones de dólares de ventas en armamento, la UE se encuentra solo por detrás de Estados Unidos (más de 300 mil millones) y China (50 mil millones), y por delante de Gran Bretaña (30 mil millones) o Rusia (25 mil millones).

Las primeras empresas paneuropeas, EADS o la red de satélites Galileo, tienen una evidente implicación en este desarrollo industrial. Con una política industrial centrada en la defensa y en el cambio de modelo energético, parecía que la UE podría estabilizarse como un proyecto en desarrollo para las próximas décadas, a pesar del frenazo que supuso la pandemia del covid 19.

Pero la guerra en Ucrania parece haber trastocado todo el proyecto europeo. A finales de octubre, el jefe del gobierno germano Olaf Scholz visitó en París. El encuentro con Macron se produjo en un momento de fuerte tensión entre París y Berlín. La anulación del Consejo de Ministros franco-alemán, que debía celebrarse en Francia ese mismo día, y las declaraciones del Presidente francés en Bruselas de que “no es bueno para Alemania ni para Europa que Alemania se aísle”, revelan el grado de desencuentro entre los principales motores nacionales de la construcción europea.

Pese a que de puertas afuera París y Berlín insisten en la necesidad de una alianza inquebrantable que permita a Europa mostrar un frente unido en un contexto de guerra, lo cierto es que la guerra entre la OTAN y Rusia en Ucrania está acentuando las diferencias entre Francia y Alemania. Las críticas del lado francés a la actitud de Noruega o Estados Unidos, dispuestos a ganar dinero a costa de los problemas europeos con el suministro de gas y petróleo no tienen contrapartida en Alemania, donde el silencio estratégico solo se rompe con la visita de Scholz a China. A pesar de que su antecesora Merkel visitó 12 veces Pekín, la primera visita del actual canciller no ha dejado de generar críticas, de nuevo muy resonantes en Francia, donde se le reprocha actuar en solitario al margen de la UE.

En el ámbito de la energía las diferencias son evidentes, con la apuesta francesa por la energía nuclear y la alemana por la desnuclearización a marchas forzadas. El frustrado gaseoducto entre España y Alemania no deja de ser una víctima colateral del desencuentro energético entre las dos potencias centrales del bloque comunitario.

Al anunciar a principios de octubre un plan de apoyo masivo a la economía alemana de 200.000 millones de euros sin consultar previamente a sus socios europeos, Alemania reforzó la impresión de que Berlín estaba dispuesto a sacrificar la relación franco-alemana en el altar de sus intereses nacionales, despertando el enfado de muchas capitales y el del Comisario europeo de Mercado Interior, Thierry Breton, vio en esta decisión unilateral una amenaza para el mercado único y su cohesión.

Pero quizá sea en el ámbito de la industria de defensa donde las discrepancias alcanzan mayor transcendencia.

Todavía en febrero, antes del inicio de la invasión rusa en Ucrania, en su discurso sobre la Zeitenwende (cambio de época), el Canciller Olaf Scholz afirmó claramente que consideraba prioritaria la realización de proyectos de armamento franco-alemanes, ya sea el futuro avión de combate (SCAF) o el tanque franco-alemán (MGCS). Tras 9 meses de guerra abierta, el Sistema de Combate Aéreo del Futuro (SCAF) y el Sistema Principal de Combate Terrestre (MGCS) se han estancado. Estos proyectos de desarrollo de armamento aéreo y blindado a la vanguardia de la tecnología, han sido cuestionados por el Jefe del Estado Mayor alemán, quien anunció en septiembre, que no quería “el desarrollo de soluciones europeas que, al final, no funcionan”.

Otro elemento mayor del desencuentro es la reciente presentación de un proyecto de escudo antimisiles que reúne a 14 Estados europeos (Alemania, Bélgica, Holanda y los países del Este de la UE salvo Polonia, y también a Gran Bretaña y Noruega) que pretende adquirir sistemas norteamericanos como los misiles Patriot e israelíes como el Arrow 3, en lugar de las tecnologías militares de defensa aérea desarrolladas por Francia, específicamente el Mamba franco-italiano. Eso sí, la adquisición del sistema alemán IRIS-T, que desarrolla la empresa alemana Diehl, también ha sido anunciada por Alemania. Las causas y consecuencia de porqué España tampoco forma parte del proyecto todavía son una incógnita.

El proyecto europeo de avión de patrulla marítima MAWS fue abandonado en 2021 tras el anuncio de Alemania del contrato con Boeing para la adquisición cinco patrulleros marítimos P-8A Poseidon, y la elección del motor de General Electric para el Eurodrone de Airbus en lugar del de la francesa Safran. También se puede mencionar el anuncio de un fondo especial de 100.000 millones para revitalizar el ejército alemán. El equipo que la Bundeswehr pretende adquirir es en gran parte estadounidense, con F-35A y CH-47 Chinooks: una piedra más en el camino hacia la unidad de defensa europea.

Podemos sospechar que las reticencias de Alemania a aprovechar la coyuntura bélica para reforzar el complejo militar-industrial europeo, y orientarse más bien a reforzar su propia alianza económico-militar con Estados Unidos y en todo caso a ampliar la propia base industrial-militar alemana, proviene del dominio que mantiene Francia en este sector.

Francia representa 20 mil millones de euros los 40 mil que exportó la UE en 2021, Alemania solo 8 mil millones. La diferencia es aún mayor en el caso de la I+D militar: Francia invirtió 5.500 millones de euros en 2020 y Alemania sólo 1.500 millones. La diferencia se ha ampliado en los últimos años debido al aumento de la inversión en Francia, reflejando un menor interés de Alemania por la autonomía estratégica y una industria de defensa soberana.

El peso de la disuasión nuclear en Francia desempeña un cierto papel en el relativo déficit de inversión germano, mientras que Alemania sigue centrada principalmente en su compromiso con la OTAN. Solo esta capacidad absorbe 4.700 millones de euros de inversión en 2020, es decir, un tercio de su esfuerzo en armamento. Sin embargo, incluso si eliminamos la disuasión, el esfuerzo de inversión militar francés sigue siendo un 18% superior al de Alemania.

Parece que Alemania no está dispuesta a participar en ningún proyecto de integración industrial europeo en el que el liderazgo no sea claramente germano. Algo que debería dar lugar a una seria reflexión política, se escamotea del debate sobre el presente y el futuro de la UE. Pero lo cierto es que entre el “ahora o nunca” del presidente francés y el “hoy no, mañana…” del canciller germano, la Unión Europea se encuentra ensimismada, paralizada y en un proceso de pérdida acelerada de influencia geostestratégica, a mayor gloria de las potencias emergentes y eclipsantes.

* Profesor titular de Economía Política en EHU/UPV