UANDO esta crisis sanitaria pase, que pasará, nada será igual que antes. Ya he oído en la radio que el consumo mundial de petróleo ha caído a márgenes históricos. Lógico. Con el personal de aquí y de allá recluido en casa, los automóviles están aparcados. Y tanto. El pasado lunes tuve que salir a hacer un recado ineludible, moví el coche en un desplazamiento más bien corto y, de vuelta al encierro, me las vi y me las deseé para poder estacionar nuevamente. No se había movido nadie. Bueno, alguien sí, porque el sitio que yo había liberado lo había aprovechado una furgoneta. Pero pude observar que tal camioneta pertenecía a un "servicio esencial" de reparto de alimentos y un poco de paciencia después salió de su aparcamiento cediéndome amablemente el sitio que anteriormente yo mismo había ocupado. Fue como una premonición de bucle espacio-tiempo.

Seguro. Nada será igual. No volveré a almacenar papeles que pasado el tiempo resultarán inservibles invadiendo estancias y armarios de contenido insospechado. No guardaré ropa, zapatos o complementos que ya no me valgan. O que estén viejos. O, simplemente, que haya decidido desechar. Esa tendencia de guardar todo, a lo Diógenes no puede repetirse. Entre otras razones porque el día que se te ocurra eliminar todo lo innecesario te romperás el lomo con el peso de las bolsas al llevarlas al contenedor de residuos correspondiente; bien para reciclar su contenido o para que sea destruido.

El confinamiento forzoso de carácter preventivo nos ha abierto la puerta a habilidades que creíamos insólitas en nuestras actitudes cotidianas. Jamás como ahora un inútil en matemáticas como el que esto suscribe había analizado con tanto interés curvas estadísticas. Hasta hace unos días, la única curva que había llamado mi atención era la de la leyenda urbana de la chica misteriosa. Pero el coronavirus ha hecho variar mi interés. Que si la tendencia sube en proyección geométrica, se estabiliza en meseta o se ralentiza. Miramos las tablas diarias de los informes sanitarios como si supiéramos interpretar las variaciones que aparecen en las coordenadas cartesianas. ¿Coordenadas? ¿Cartesianas? Insólito.

A tenor de lo que la gente dice y publica en redes sociales y allá donde puede expresarse, hay una mayoría social de personas que además de ser entrenadores de fútbol, tertulianos políticos o cocineros de masterchef, tiene una capacitación oculta más: la de doctores epidemiólogos. Hay que ver la cantidad de cuñadosperfectos que nos rodea. Vivimos en un mundo de tolosas que lo mismo saben cómo detener el covid-19 parándolo todo que cómo diagnosticar a ojo de buen cubero las medidas que deberían tomarse y que las autoridades científicas y sanitarias no toman. Mi madre los calificaría de "doctores en partos". Son adivinadores del futuro a posteriori.

Junto a estos, se nos está hablando de otros supuestos expertos (que nadie ha presentado públicamente) que parecen asesorar a quienes de verdad ejercen el poder por "estado de alarma". A ellos se les atribuyen recomendaciones que parecen más globos sonda que otra cosa. "Confinamientos obligatorios", "seguimiento personalizado de geolocalización", "test universales"€ Propuestas importadas de otras realidades que nada tienen que ver con nuestra sociedad, ni con el ejercicio de las libertades. Ideas "de alarma" que se anuncian y luego se matizan para finalmente desmentir. Ah, eso sí, con creatividad e imaginación desbordante como denominar a los posibles centros de reclusión "arcas de Noé". O de inventarse, ante la ausencia de pulso político de conciliación la posible reedición de unos Pactos de La Moncloa. El druida de turno sigue con sus fuegos de artificio.

Efectivamente. Estoy descubriendo muchas cosas en este tiempo de obligada reclusión cartuja. Me he dado cuenta de que las conexiones telemáticas y el denominado teletrabajo pueden ser, en muchos casos, alternativas razonables a labores de carácter presencial. Lo único que exige la conferencia virtual es un poco de disciplina para acometer con seriedad la tarea. Disciplina, buena presencia y que la cámara del ordenador o del dispositivo que retransmite tu entrevista capte un plano medio de tu figura. El hecho de que la comunicación se lleve a cabo desde nuestra casa tiene el riesgo de que, si la interconexión se hace habitualmente, relajemos nuestros hábitos y en un descuido nos incorporemos de la silla antes de cerrar la videollamada y la cámara capte que de cintura para abajo estemos en pijama. O en calzoncillos. Ojo por lo tanto al gran hermano y a sosegarse en demasía.

Ironías al margen, una experiencia epidémica como la que vivimos nos ha presentado con total crudeza los efectos negativos que la globalización tiene. Nos creíamos poderosos pero hemos resultado ser frágiles ante la falta de tiempo real para acometer una defensa efectiva frente a una amenaza cierta. Un virus, una bacteria, una enfermedad desconocida, y además de no elevada capacidad de mortandad, ha alterado todos los parámetros de nuestra convivencia habitual. ¿Qué ocurriría si el nivel de destrucción de la pandemia fuera muchísimo mayor? ¿Y si la amenaza pendiente proviniera de un fenómeno natural incontrolado?

Un virus surgido en China ha paralizado el planeta. Nos tiene inmovilizados a millones de seres humanos. Y, en el caso de nuestra casa común, Europa, hemos vuelto a demostrar nuestra incapacidad para hacer frente unidos no ya a la enfermedad sino a sus secuelas residuales de recesión y empobrecimiento general.

A nivel local, e individual, estamos descubriendo la importancia de lo que nos falta. Nos falta la libertad de movimientos. Nos falta la cercanía con los nuestros, con nuestras familias. Hemos hallado, de repente, el desasosiego, la preocupación, la inseguridad y la soledad no buscada. También hemos comenzado a valorar la importancia de tener unos servicios asistenciales vigorosos y gestionados por profesionales comprometidos con su función social de salvaguardar nuestra salud y nuestro bienestar.

Todo esos descubrimientos nos van a hacer cambiar. Cambiar de chip y comenzar a valorar lo que de verdad trasciende. Valorar la vida. Valorar la compañía, la convivencia grupal. Valorar lo que nos permite desarrollar cada día nuestra expectativa de vida. Valorar el trabajo y el compromiso de los demás por encima de la riqueza material. Valorar la capacidad empática de colaborar por encima de escenificar las diferencias.

Este año 2020 va a ser distinto. Quizá quienes en el siglo pasado, en 1918, padecieron y sobrevivieron a otra pandemia similar, la denominada "gripe española" con más de cincuenta millones de víctimas en todo el mundo, pensarían algo similar a lo que hoy reflexionamos. Por entonces, la enfermedad duró tres años y se llevó por delante a casi 85.000 personas en el Estado.

Hoy, a todos nos va a tocar reinventarnos. También en lo político.

El próximo domingo, día 12 de abril, los vascos conmemoraremos el Aberri Eguna. Un día singular en el que, a lo largo de los años y por generaciones, nos hemos identificado como Pueblo, como Nación que pretende ganarse el pulso del futuro. Este año, la pandemia del covid-19, ha sacudido nuestra convivencia, al igual que a todo el planeta. Asistimos a un desafío inédito para muchos de nosotros: la lucha contra una enfermedad que se extiende y que nos golpea por igual a todos y cada uno. Cuidar y proteger a vascos y vascas es hoy la prioridad para quienes nos declaramos nacionalistas vascos. Cuidar y proteger a la ciudadanía es hoy la mejor manera de construir Nación. De garantizar nuestro futuro como Pueblo. Salir de esta situación de postración sanitaria y económica es, por tanto, la urgencia máxima. Ese es el objetivo en el que todos estamos comprometidos.

Nos resistimos a la desesperanza. Cada cual, desde nuestra casa, desde nuestra residencia, hacemos diariamente un ejercicio de superación, un compromiso para salir adelante. Y con ese espíritu podemos manifestar nuestra voluntad individual de manera colectiva. ¿Cómo? Exhibiendo nuestra voluntad en todos los balcones, en todas las ventanas de Euskadi, como muestra de resistencia, de unidad y de confianza. Y no hay mejor símbolo para expresarlo que identificando nuestra expectativa de vida, la nuestra y la de nuestros hijos-as y nietos-as, con Euskadi, a través de la ikurriña.

El próximo domingo, Aberri Eguna, debemos sacar nuestra vitalidad a la calle. Ikurriñas como prueba de vida. Ahora más que nunca. Porque Euskadi saldrá adelante. Aurrera. Lortuko dugu.

* Miembro del EBB de EAJ-PNV