TENGO un amigo contrariado hasta límites extremos. Será por el síndrome posvacacional o por haber ingerido una sobredosis de oxígeno en los últimos días (hay gente a la que el aire puro le provoca un ataque de salud). Sea como fuere, Aitor está convencido de que estamos a las puertas del acabose de la humanidad. Que en cualquier momento un meteorito impactará contra la tierra y, como en la pesadilla de Abraracurcix , el cielo nos caerá encima.

Cierto es que un asteroide parece rondar por el universo cercano, pero la NASA ha pronosticado que, hoy por hoy, no hay peligro de choque ni de cataclismo. Aunque no todos confían en los pronósticos de la agencia espacial norteamericana. Quienes sustentan creencias conspiranoicas se temen que vivimos controlados por fuerzas ocultas. Alienígenas que durante decenios colonizan la tierra para hacerse con el planeta. Lo último que he escuchado en esa línea indica que la victoria de los seres mutantes está próxima, pues se han apoderado ya de dos de las potencias mundiales: Estados Unidos y Gran Bretaña. Y sin ser crédulo de tales tesis es preciso reconocer que, visto con perspectiva, los dirigentes máximos de ambos países tienen rasgos similares que abonan la imaginación. Trump y Johnson parecen cortados por el mismo patrón. Hasta físicamente se parecen. ¿Serán una mutación extraterrestre para someter a los terrícolas? ¿Acaso son primos lejanos de Alf o ET?

Lo cierto es que sus excentricidades pueden sacarnos de la órbita y provocar un cataclismo. Pero tal riesgo nada tiene que ver con fenómenos paranormales sino con su miserable condición humana.

En todo caso, mi alterado amigo no justifica su estado de excitación en las ocurrencias de los dos rubios magnates. Él cree que una parte de los seres humanos han empezado a perder su sentido más importante -el sentido común- para abrazar el esoterismo sectario. Algo así como una nueva tendencia revestida de posmodernidad revolucionaria que convierte a las personas en seres lerdos y ridículos. Hasta el punto de creer y actuar en consecuencia como si los animales, y más concretamente las gallinas, fueran acreedoras de ser acogidas por la declaración universal de los derechos humanos.

Esta pasada semana hemos conocido el caso de un ataque organizado contra la Komuna Okupa de Errekaleor, en Gasteiz. Parece una historia extraída de La Vida de Brian, pero es real como la vida misma: una organización denominada “Frente de Liberación Animal” llevó a cabo una operación de comando en la comunidad alternativa. La acción tuvo como objetivo “liberar a 40 gallinas que vivían recluidas contra su voluntad” en un corral regentado por el grupo antisistema que en asamblea había decidido, en consonancia con su planteamiento ideológico de “soberanía alimentaria”, tener su propio gallinero. Pues bien, ni las tesis de la izquierda más radical les han sido suficientes a los animalistas extremos, para quienes los “derechos animales y su bienestar están por encima de cualquier consideración”, y justificaron su acto en que “la libertad no es negociable y contra todo tipo de opresión hasta que la última jaula quede vacía”. Tal reivindicación fue duramente respondida por los okupas diciendo que el robo de las aves solo beneficiaba “al Estado”. Estado “opresor”, apuntillo yo.

El FLA -Frente de Liberación Animal- había llevado a cabo su incursión en Errakaleor con activistas encapuchados y las gallinas supuestamente “liberadas” fueron enviadas a lugares “seguros” que denominan “santuarios”.

En uno de esos “santuarios” -“Almas veganas”- encontramos el siguiente capítulo alucinatorio. Las redes sociales se han vuelto locas divulgando un vídeo en el que tres individuas que se identifican como “veganas”, “antiespecistas” y “feministas” interactúan.

El vídeo, viral en internet, resulta más cómico aún que el interpretado por los Monty Phyton. Las activistas explican que “los huevos son de las gallinas” y que las ponedoras, al estar “genéticamente modificadas” para producir huevos, son objeto de la “violación” sistemática de los gallos, algo inasumible desde un punto de vista antiespecista. La performance se completa con la ruptura de huevos “no fecundados” contra el suelo de la granja (mientras las propias gallinas acuden a comérselos).

Para cerrar el círculo alucinógeno diré que una de las protagonistas -humanas, no gallinas- ha vinculado en más de una ocasión el consumo de huevos con la lógica del capitalismo y, en última instancia, de la clave de bóveda que lo sustenta, el patriarcado. Sucede algo similar con la leche de cualquier mamífero, pues para ciertos sectores del antiespecismo, el aprovechamiento de las funciones reproductivas de los animales reafirma un sistema de opresión y violencia contra el sexo femenino (pertenezca a la especie que pertenezca).

El documento resulta absolutamente surrealista, pero nos advierte de que, como se decía en Expediente X, “la verdad está ahí afuera”. De ahí que al conocer secuencialmente estas realidades, algunos como mi antes referido amigo crean que la condición humana ha sido afectada por un virus altamente peligroso y autodestructivo: la estupidez.

Seguimos con gallinas; en concreto, con el gallinero político español, que sigue revuelto y con una pelea de gallos nada aleccionadora. Y ninguno de ellos es Foreman ni Muhammad Alí.

Parece mentira, pero estamos a dieciséis días de que el mecanismo automático previsto para que, en el caso de que nadie sea investido presidente del gobierno español, se disuelvan las Cortes y se convoque a la ciudadanía del Estado a elegir un nuevo parlamento. Y todo parece indicar que no habrá acuerdo que evite un nuevo bochorno democrático. Las posiciones entre los socios necesarios para una mayoría continúan irreconciliables. Es como si la desconfianza mutua se hubiera instalado en la representación dirigente de las formaciones y cualquier posibilidad de acercamiento fuera Misión imposible.

Para los socialistas de Sánchez, los morados de Podemos no son de fiar. Pretenden llegar al gobierno para constituir su contrapoder desde dentro. Y para ellos eso es intolerable. Es, a su juicio, preferible ir a elecciones que configurar un ejecutivo con doble personalidad.

Para los de Iglesias, los socialistas no son capaces de admitir que son minoría y que deben ceder una parte del poder. No confían en la firmeza de Sánchez a la hora de plasmar las reformas progresistas que pudiera comprometerse en un programa. Y, lo que es peor, todos están convencidos de que será el de enfrente quien, en último extremo, cederá a las presiones y dará finalmente el brazo a torcer. Se trata de una estampa típicamente española retratada en la película Nobleza baturra, aquella historia en la que un labriego, montado en su burro, caminaba por las vías del ferrocarril y el maquinista de uno de los trenes que circulaba por la vía, al observar al pollino y a su rústico jinete, hacía sonar el silbato de la locomotora a fin de que el animal y su dueño abandonaran el trazado ante el riesgo cierto de arrollamiento pero el baturro, obstinado en no desocupar el lugar por el que caminaba y haciendo caso omiso a la advertencia sonora, repetía para sí ufano: “¡chifla, chifla, que como no te apartes tú!”.

Sánchez e Iglesias caminan hacia el desastre. Y por mucho que otros hagan votos para que la sensatez impere y se consiga un acuerdo que permita no solo la investidura sino la posterior gobernabilidad, el camino de la esperanza parece acabado. El fracaso del primer encuentro en el Congreso es el reflejo de cómo están las cosas. Los unos y los otros se preparan para culparse por el fracaso.

La terquedad, los intereses particulares de cada cual, volverán a condenar a una sociedad que se enfrenta, sin capacidad de reacción gubernamental, a grandes incertidumbres que añadir a sus atávicas carencias. La desaceleración económica advierte de una nueva crisis. La recesión en Alemania es ya un síntoma febril del enfriamiento de la economía. La proximidad del Brexit duro. La guerra comercial entre China y Estados Unidos. La delicada situación geostratégica en Oriente Próximo con Irán como protagonista. Y, en casa, la Diada catalana, la próxima sentencia a los imputados del procés, la corrupción popular? Todo avanza hacia un cataclismo. Como el del meteorito que anunciaban los catastrofistas. Con este gallinero, nos vamos a hacer veganos. Veganos en inviegno.