NOS vendieron la globalización envuelta en el celofán de la cercanía y la aldea global que nos fortalece cuando a lo que nos enfrentamos, entre otras cosas, es a la fusión mundial de las culturas cuyo resultado es una uniformidad acrítica. Tras el oropel aparente y gracias a la tecnología, resulta fácil bombardearnos un estereotipo cultural sesgado y homogéneo con el que se pretende que todos sintamos parecido para favorecer a las grandes industrias del consumismo.

Esta realidad, afecta incluso al sentimiento de pertenencia. Todos nacemos en el seno de una cultura y de una lengua que nos transmite una determinada visión del grupo y del mundo a través de unas referencias compartidas. Culturas y lenguas que no son elementos estáticos ni poseen unas fronteras nítidas a la manera de un mapamundi; tampoco son islas, son valores humanos que se entrecruzan y enriquecen. Pero lo esencial es la voluntad de pertenencia, más fuerte de lo que parece ante las presiones globalizadoras que intentan la asimilación o el puro exterminio del colectivo más débil (Tercer Mundo). Afortunadamente, no les está resultando tan sencillo erradicar las raíces de un sentimiento colectivo. Se ven con claridad las dificultades que tiene la actual globalización para laminar los sentimientos nacionales, con o sin Estado.

Esta presión hacia la máxima uniformidad hace que la cultura entendida como cultivo del alma y la mente pierda y se vea afectada gravemente en sus diferentes manifestaciones, incluido el arte.

El poder económico financiero real ha tomado el control político y también el de los sistemas culturales. En lo cultural se vale de la comunicación y de una potente industria ad hoc que impone un modelo elaborado desde fuera y enormemente influyente en todas las formas posibles: publicidad, medios de comunicación, redes sociales... Altavoces que revalorizan ciertas ideas devaluando sutilmente otras. Así, la cultura de masas se va convirtiendo en un sucedáneo de la vida profunda y creativa llena de significado. Su éxito estriba en la difícil disección entre una cultura y la otra logrando que se imponga, a su favor claro, el grito cierto de que todo es cultura.

La pujanza de ciertas industrias culturales están logrando globalizar necesidades iguales que se satisfacen con productos homogéneos equivalentes aunque con apariencia de una oferta individualizada; en realidad, solo se persigue el principio de rentabilidad a través de un consumo masivo como un fin en sí mismo. La cultura consumista en la cual estamos inmersos nos condiciona en nuestro modo de pensar, sentir y actuar. Influye en las expresiones creativas. En consecuencia, la diversidad como valor de relación y crecimiento tiene cada vez menos cauces de expresión fuera de las minorías.

Se va creando un mismo perfil de consumidor que rentabiliza un tipo de producción cultural que condicione incluso al arte. No es algo nuevo: el icono del expresionismo abstracto, Mark Rothko, empezó creyendo en el mercado, pero al final de sus días, la desolación se apoderó de él preguntándose si buena parte de su obra no había desembocado en la nadería absoluta, dejándose llevar por las tentaciones de un mercado endemoniado.

Semejante cultura consumista ofrece al público todas las necesidades como si pudiesen ser satisfechas por la industria, al tiempo que se le emplaza al propio usuario como consumidor, como pieza u objeto último del engranaje de la industria cultural prefabricada. Cultura líquida en fin, creada como un sistema de pensamiento homogéneo y acrítico sin miramientos con la riqueza de la diversidad y la creatividad humanas.

En definitiva, es lícito preguntarse cuáles son las consecuencias en la práctica. Preguntarnos si esta estrategia contribuye al desarrollo del individuo o si, por el contrario, favorece a su aislamiento y al deterioro de sus vínculos de referencia. La respuesta es que esta estrategia cultural fagocita la creatividad y constituye un instrumento que favorece la escisión entre la experiencia humana más genuina y creativa y el entorno sociocultural. Resulta peligroso y poco ético, en cualquier caso.