CUANDO el Servicio de Inteligencia británico le pregunta por ETA, en septiembre de 1974, tras confesarle que saben poco de ella, Manuel Irujo responde que inicialmente fue una escisión del PNV, surgió como una fórmula “separatista” -entrecomillado en el original- y al fijar su condición genérica se situó en el socialismo, en la socialdemocracia. Pero los nuevos adherentes fueron más allá y se declararon revolucionarios, añade. Explica el dirigente jeltzale al SIS (Secret Intelligence Service) que surgieron luego en ETA grupos marxistas-leninistas, trotskistas y maoístas, lo que provocó la salida de la organización de sus fundadores más notorios. Irujo se refiere a las asambleas Quinta y Sexta de ETA y dice que la primera pone el acento sobre lo patriótico vasco y la segunda sobre la revolución social. “Los de la Quinta -precisa- llaman comunistas a los de la Sexta”.
Manuel Irujo distingue entre lo que la prensa de ETA -“redactada por sus intelectuales- publica y lo que es el contenido real del “Movimiento”. Habla de Echave (sic, Juan José), de Txikia (Eustakio Mendizabal), que “lo desplazó y lo amenazó de muerte si intervenía”, y de que este último cayó acribillado por la Policía española en Algorta. Habla de diferencias de matices al interior de las dos ETA y constata que es Quinta la facción que gana terreno en la juventud, “la que está y se mueve, la responsable de los últimos hechos llevados a cabo”. Entre estos, el magnicidio contra Carrero Blanco.
Antes de terminar el breve y preciso informe, a los que el navarro está acostumbrado, manifiesta que mientras el régimen impuesto por el general Franco a España continúe y no haya libertad de reunión ni de asociación ni de propaganda, el PNV “no puede desenvolverse por artes de paz y la juventud se siente arrastrada hacia Eta (sic), que pone en su mano una pistola o una ametralladora para atracar, asaltar, herir o matar”. Manuel Irujo no ahorra a los servicios secretos británicos su personal análisis e interpretación cuando escribe que “Eta (así escrito) es una creación del régimen franquista, que ha buscado marco en el que encuadrarse en la actitud presente protestataria de todas las juventudes humanas en los países civilizados: no han acabado de entender la gran guerra, la mayor hecatombe de la historia, con sus 35 millones de muertes. Y reaccionan contra la generación que no supo, no pudo o no quiso impedir el mayor crimen de la historia”.
La visión de Wieviorka Veinte años más tarde, el catedrático de Sociología de la Universidad de París Michel Wieviorka hace públicos los resultados de una encuesta a miembros cualificados del PNV, realizada en 1987, acerca de la violencia de ETA. El autor da por demostrado que hasta la Transición el PNV ayudó mucho a ETA, la mayoría de las veces con discreción, y sus dirigentes se consideraron a menudo como los padres de estos activistas cuyos métodos no aprobaban, pero para los que sentían estima y simpatía. Dice que los más viejos de los encuestados reconocieron que no solo ayudaron a muchos etarras, sino que algunos de ellos formaron parte de ETA. No faltó quien le confesara que “luchaban por unos derechos y hacían lo que yo no me atrevía a hacer”. Uno de ellos admite que ha ayudado recientemente a escapar de la Policía a un militante de ETA, a pesar de que por ello le puedan caer seis años de cárcel. Asegura Wieviorka que todos coinciden en ese tiempo en que la lucha armada ya no es aceptable, en que ETA ha perdido sus calidades morales y en que al principio fue ante todo nacionalista pero luego han convertido en predominantes los temas revolucionarios. “Si los nacionalistas de ETA abandonan la lucha armada -sostiene una de las consultadas-, nos reuniríamos”. Aceptan que ETA es una parte del pueblo vasco y hay quien confiesa que tan pronto sale de Euzkadi, cuando la critican, “inconscientemente”, la defiende. En el intercambio de ideas, alguien lanza una pregunta inquietante: “¿Habríamos conseguido lo que hemos conseguido si no hubiera existido ETA?”.
La corresponsal de Diario 16, Lola Infante, reseña desde París el 6 de diciembre de 1988 que Michel Wieviorka ha publicado el libro Sociétés et terrorisme y que en referencia a ETA sostiene, “aun a riesgo de chocar” (los atentados de Hipercor y contra el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza están recientes), que la violencia de ETA no es sociológicamente terrorista, en la medida en que su lucha armada “no está totalmente desconectada de las reclamaciones de las que se reivindica expresión”. Afirma que ETA no obtiene sus fuerzas solo del 15% al 20% del electorado que vota Herri Batasuna, “lo que ya es considerable”, sino que expresa una aspiración a la independencia y a la ruptura que acarrea muchas tensiones en el PNV y reposa en un substrato social real”. En relación con el futuro, se muestra por otra parte muy pesimista y anuncia la deriva de ETA hacia el terrorismo.
En enero de 1993, el Instituto de Investigación para el Desarrollo Social de las Naciones Unidas (UNRISD) publica un documento de cuarenta páginas solicitado a Michel Wieviorka, fruto de una década de trabajo sobre el terreno, en el que concluye que ETA, cada vez más alejada de sus propuestas originales, deviene terrorista, aunque conserve todavía una capacidad real para hablar en nombre de expresiones nacionales y sociales. En abril de 2001, Wieviorka participa en la EHU/UPV en una semana sobre racismo y diferencia cultural como director del Centro de Análisis e Intervención Sociológica de París. A preguntas del diario El País, sostiene que en el franquismo ETA fue un símbolo de la conciencia nacional vasca, de la lucha contra la dictadura y la expresión de un movimiento obrero, además de ser mucho menos violenta. “Lo terrible es ver -afirma- que, pese a la amplia autonomía del País Vasco, al declive de la conciencia obrera y la consolidación de la democracia, la violencia de ETA se ha incrementado (?). Hoy, para mí, esta violencia no es mucho más que criminal”. Están recientes, además de los atentados con coche bomba, los perpetrados contra políticos y periodistas y está muy presente en las calles vascas la kale-borroka.
Los especialistas han denominado inversión terrorista a esta deriva, una noción que permitiría comprender el paso de la violencia política -“enraizada en un movimiento social que ha dado movimiento al grupo clandestino”- a una lógica de acción terrorista, “caracterizada por la negación de principios que, inicialmente, animaban las luchas emprendidas”. Wieviorka ha analizado también el llamado contraterrorismo, que funciona a su juicio de un modo similar, mimético, y se parece mucho al terrorismo que desea eliminar. Ha reparado en que los Estados son renuentes a reconocer su propia violencia. Se fija en los GAL como ejemplo paradigmático y dice de ellos que volcaron su violencia contra los etarras durante los años 80, hasta que los hechos confirmaron lo que muchos observadores presentían: la implicación de las autoridades políticas del más alto nivel del país, en ese entonces socialistas. Le sirve esto para llegar a la conclusión de que el Estado puede disponer del monopolio legítimo de la violencia y si ésta resulta ilegal e ilegítima vacilará en admitirlo.
Del análisis posterior Tal vez algún día los teóricos de la izquierda abertzale puedan y quieran recrear estos y otros conceptos para analizar y explicar a la sociedad vasca lo sucedido. Tal vez sea injusto meterles presión para que lo hagan ya, sabiendo por ejemplo que sostener algo tan defendible desde muchas instancias como su oposición a la Transición postfranquista haya podido ser considerado delictivo y que mucho más delictuable resultaría cualquier pretensión por su parte de racionalizar y dar cuenta de las estrategias violentas del MLNV en sus diferentes etapas y expresiones. Podría resultar también que para algunos de los teorizadores de ciertas estrategias resulte más cómodo ampararse en esta real falta de libertad para no revisar sus responsabilidades, sus derivas, sus errores y horrores: para evitar la tan reclamada autocrítica. Inició su trabajo para las Naciones Unidas Michel Wiovoirka diciendo que “desde muchos puntos de vista, la experiencia contemporánea de la violencia política en el País Vasco español desafía las ideas preconcebidas y los estereotipos”. Diría hoy, seguramente, que también su final ha sido poco convencional e imprevisible. Jonathan Powell, jefe de gabinete y ex asesor de Tony Blair, además de principal negociador británico ante los líderes del IRA-Sinn Féin, se ha referido al conflicto vasco -“el último conflicto armado de Europa”- y ha dicho que su final se encuentra en un lugar intermedio entre los que se han saldado con éxito y los que se han saldado con un fracaso. Y lo es así porque el anuncio unilateral y sin condiciones del final de la actividad armada de ETA llegó como consecuencia de un proceso de paz que no ha terminado y porque ETA, derrotada en su planteamiento armado, ha sobrevivido con un importante capital político.
Ignacio Sánchez Cuenca, Profesor de Sociología de la Universidad Complutense, ha defendido recientemente como uno de los fenómenos más extraños de la política española que el debilitamiento de ETA haya ido acompañado por un endurecimiento en las actitudes de buena parte de la sociedad española, lo que ha afectado a la ciudadanía, a los medios de comunicación, al Ejecutivo, a la Judicatura. Sostiene que se han elevado los niveles de exigencia: “Primero se le dijo a Batasuna que para ser legal tenía que condenar el terrorismo, pero cuando la izquierda abertzale apostó por rechazar la violencia, muchos subieron el listón: dirigentes del PP llegaron a sugerir la aplicación de un periodo de cuarentena política”. Recuerda en un artículo de opinión, que ha visto la luz en Público, que durante muchísimo tiempo se consideró que un cese definitivo y unilateral de la violencia era un ideal lejano y casi inalcanzable. Pero cuando ETA, finalmente, ha cumplido este trámite, muchos se muestran decepcionados y ponen, como condición mínima para empezar a hablar de presos, la disolución y la entrega de armas. “Y si esto llegara a suceder, es muy posible que no se dieran por satisfechos, a menos que hubiera además un arrepentimiento personal de todos y cada uno de los etarras. Y así sucesivamente”, añade.
El 11 de junio pasado, el magistrado Serge Portelli leyó en la Asamblea Nacional francesa un Manifiesto por la Paz en Euskal Herria suscrito por 110 personalidades. Entre ellas, ex ministros del Interior, diputados, fiscales, magistrados, artistas, escritores, religiosos, y el sociólogo Michel Wioviorka. El texto comienza calificando la historia de ETA como la del “último conflicto armado en Europa”, se acompaña de la exigencia a ella de llevar su proceso de desarme hasta el final y a los gobiernos francés y español de un espacio adecuado al efecto. Piden los firmantes a las administraciones francesa y española que se vele por el interés de las familias poniendo fin a la dispersión de los presos, se respeten sus derechos fundamentales y los beneficios que les correspondan legalmente y liberen a los presos gravemente enfermos. Y “dado que no hay conflicto que no haya causado sufrimiento, se tomen medidas importantes para promover la reconciliación y reconocer, compensar y asistir a todas las víctimas”.
No se puede decir más en pocas palabras.