EL ron Bacardí y la Coca-Cola mezclados fue un éxito instantáneo. Sucedió durante la Guerra de Cuba hispano-estadounidense cuando, una tarde, un grupo de soldados cubanos fuera de servicio se reunieron en un bar de La Habana y observaron cómo el capitán Russell bebía con tal placer la ahora famosa bebida con hielo. Despertó el interés de los soldados, así que el barman les preparó una copa de este combinado para ellos. Cuando pidieron una segunda ronda, a uno de ellos se le ocurrió que se brindara por “Cuba libre”, en celebración por la Cuba recién liberada. No sabían que aquel brindis inauguraba una nueva manera de socializar con alcohol y, lo que es más importante, que solo era un eslabón de una serie de brindis que fueron llegando “por una Cuba libre” hasta llegar a este momento histórico en el que Castro y Obama parece que abren otra etapa esperanzadora de Cuba, de nuevo a las puertas de ser liberada de un embargo feroz y de una dictadura de libro.

Las tropelías de Batista degeneraron en una corrupción tan salvaje que la historia se encargó de corregir con un cambio al otro extremo, convirtiéndose en una sucursal soviética a las puertas mismas de Estados Unidos logrando sobrevivir -literalmente- el régimen castrista y los dos hermanos Castro, mientras se sucedían presidentes norteamericanos que no lograban derribar el muro rojo levantado ante las mismas narices de Florida y sus cayos.

Al venirse abajo la Unión Soviética, la Perla de las Antillas atravesó una de las etapas más duras de su historia. Durante lo que se llamó periodo especial, en la década de los años 90, sobre todo en los primeros años, la vida se puso muy cuesta arriba: un plato único de frijoles al día y acudir al trabajo andando o en una bici china. La nueva realidad con el embargo y las restricciones dejó a los cubanos al borde de la supervivencia.

Pero resistieron, gracias a la paciencia caribeña en las colas de abastecimiento, esperanzados en una nueva realidad que no llegaba nunca.

El regreso a al cordura Los doce millones de cubanos se han ganado a pulso la buena noticia del regreso a la cordura con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana. Es de esperar que, con el tiempo, se recuerde con pedagogía la época de Fulgencio Batista como el desmadre de todo lo que vino después. Afortunadamente, nada dura eternamente y ahora es el momento para que surja una colaboración más leal, incluida la apertura de líneas de crédito para renovar las viejas infraestructuras: puertos, carreteras, explotaciones agrarias, etc. Ojalá vayan las cosas por este camino. Y que el proceso desemboque en la recuperación de las libertades y los derechos de todos los cubanos.

Después de 53 años de sufrimiento y de tan agotadora cuenta atrás, los cubanos se merecen también tomarse un cubalibre brindando por la libertad de expresión, la libertad de asociación y de reunión pensando en elecciones libres y democráticas para que nadie vuelva a ser exilado por sus creencias políticas. Ya sabemos que son los regímenes fuertes los que pueden plantear las grandes cuestiones decisivas mientras que los débiles tienen que decidirse siempre ante unas alternativas que no son las suyas. Pero, con cuidado, venciendo las tentaciones de buscar un Fulgencio Batista para el siglo XXI con la encomienda de que explote un capitalismo caníbal que fue una perversión del sistema democrático de la que todos conocemos cuáles fueron las consecuencias. Que no ocurra que los cambios que van a llegar, sin duda, se apliquen a costa de las enormes desigualdades a las que nos estamos acostumbrando los que vivimos en países con regímenes capitalistas y de los grandes logros de la revolución cubana, que los ha tenido a pesar del durísimo embargo, como la alfabetización y la atención sanitaria universales. Que no solo Cuba tiene que aprender de estos cinco largos quinquenios.