Los límites de la historia
La memoria y la reparación debe ser igual para todos. Si queremos enfrentar el futuro con garantías. La existencia de ETA no justifica el pasado ni a algunos de sus protagonistas. La historia tiene unos límites.
Mi abuelo, Miguel San Sebastián, lekeitiarra, era un capitán de la Marina Mercante, miembro de Izquierda Republicana. Tras una oposición, obtuvo plaza de delegado marítimo, es decir, el gestor civil de los puertos. Tras un tiempo en Donostia, solicitó el puerto de Almería donde un mejor clima (más seco) era bueno para la salud de su hija (mi tía). En junio de 1936, tras el final del curso escolar, mi abuela, mi padre y mi tía salieron para Lekeitio. Mi abuelo se quedó en Almería. Tardarían más de siete años en volver a verle. Salió en libertad de la cárcel de El Puerto de Santa María en junio de 1944. Cuando los franquistas entraron en Almería, fue detenido y condenado “por rebelión militar”, pasó años en campos de concentración y cárceles. Aquel mismo año, su hermano, mi tío-abuelo Domingo San Sebastián, era coadjutor-organista de la parroquia de Ermua. De ideas nacionalistas vascas, fue detenido en 1937 y encarcelado en Bilbao. En el juicio, por “auxilio a la rebelión”, el fiscal militar le pidió dos condenas a muerte. Finalmente, fue condenado a 25 años de destierro en Asturias.
Mi abuelo, una vez en libertad, no pudo mandar barcos. Su puesto fue ocupado por los militares golpistas. Mi tío, si es cierto lo que dice Jon Juaristi, fue sustituido por un “requeté” (La tribu atribulada, p.86). El requeté es, sin duda, en actos y actitudes, el precedente más claro del terrorismo vasco contemporáneo: organizaciones muy violentas y muy fanatizadas.
José Antonio Martín Pallín, magistrado del Tribunal Supremo, en un artículo publicado en El País (Sin pasado no hay mañana), pedía que “recobrada la soberanía estamos en condiciones de anular las leyes dictadas por quien la secuestró durante cuarenta años”. Y, por supuesto, todos aquellos procesos y juicios sumarísimos.
En los últimos años, hemos asistido a un intento de reescribir la historia convirtiendo a los verdugos en víctimas y al revés. Yo, que no me entero de nada, le he hecho caso a Fernando Savater, así que he leído con atención Euskadi, del sueño a la vergüenza, obra colectiva del ¡Basta ya! (y, como dice mi abuela, que Dios me perdone: un auténtico bodrio) que no ha merecido siquiera que el profesor Savater repasase los textos para que no se produzcan contradicciones en los mismos.
¡Basta ya! (o al menos un sector de esta plataforma) señala al menos que hasta 1977 no hay democracia y afirma: “La instauración de la democracia en 1977, acompañada de una amnistía total para los presos políticos del franquismo, incluidos numerosos activistas de ETA, pareció abrir una nueva era donde la violencia y el terrorismo fueran cosas del pasado. Los partidos nacionalistas vascos, tanto el veterano PNV como los de nueva creación, tuvieron libertad absoluta para elaborar y divulgar sus programas” (p.15).
No estoy tan de acuerdo con la afirmación de este sector de ¡Basta ya!, aunque podría aceptar, en parte, su periodización, a la que habría que hacer algunas matizaciones. En primer lugar, si aceptamos que, hasta 1977, no se instaura la democracia, aceptaremos que, hasta entonces, lo que existe es un gobierno dictatorial que se mantiene por el terror (aceptando la doctrina Garzón para las dictaduras sudamericanas) y quien se enfrenta a él está legitimado para hacerlo. Pudieron cometerse equivocaciones en las formas, como reconoce el mismísimo Juaristi en una de las ediciones de su Bucle (“Nos equivocamos en la forma de combatir contra la dictadura, no en el hecho mismo de combatirla” (3ª edición, p.28). Los terroristas, hasta 1977, eran los franquistas y no quienes les combatían. Y, así, hasta el 15 de junio de 1977, como poco, también son víctimas del terrorismo todos los militantes de ETA (sin excepción), así como aquellas personas tiroteadas por las fuerzas del orden franquistas: desde aquella ciudadana alemana a quienes le aplicaron la ley de fugas en un control durante el último estado de excepción, hasta Rafael Gómez Jáuregui, anciano tiroteado en Errenteri por los grises en mayo de 1977.
En segundo lugar, ni las elecciones de 1977 se celebraron en libertad, ni todos pudieron presentar sus programas. Por otro lado, hasta marzo de 1979 se mantuvo la estructura franquista en ayuntamientos y diputaciones.
Hay que hacer un relato desapasionado de lo ocurrido. Quizá habría que encargar una historia a académicos de otras latitudes. Que investiguen sin límites y que nos ofrezcan un buen camino para afrontar el futuro.