AL menos, no lo han hecho en plenitud porque, de momento, Tsipras y Varoufakis no convencen en Bruselas o, mejor dicho, en Berlín; que es donde se decide casi todo en esta Europa en la que el que paga, manda.
La palabra logos ha logrado el pírrico triunfo de aparcar el uso del término troika de los documentos oficiales para reemplazarlo por las instituciones, pero Grecia no se librará de los hombres de negro, especialmente de los del FMI, que son los más incómodos porque tratan por igual a asiáticos, latinoamericanos, africanos o nobles europeos. Probablemente, más de algún dignatario europeo se arrepienta hoy de haber llamado al policía internacional de las finanzas, pero esa decisión no se puede echar atrás, entre otras cosas porque han puesto dinero y si algo tiene el FMI es que siempre recupera lo prestado. Lo demás son circunloquios y eufemismos con los que contentar a quienes les votaron soñando con la utopía de convencer a los socios europeos que había que acabar con los recortes y que Grecia se portaría bien a partir de ahora y por siempre jamás, pagando solo cuando le fuesen muy bien las cosas.
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