AUGUSTIN Zubikaraia Bedialauneta (1904-2004) fue una singular personalidad de la literatura vasca, un incansable promotor cultural, un prolífico escritor de obras de teatro, novela, cuentos, poesías, memorias, traducciones y artículos periodísticos, fue un enamorado de su pueblo, Ondarru, y un siempre activo militante del nacionalismo vasco, desde su trabajo como periodista en la II República en Euzkadi o Jaungoiko-zale, pasando por su lucha como gudari y director del primer diario en euskera Eguna durante la Guerra, hasta su militancia clandestina durante el franquismo y su elección como apoderado del EAJ/PNV a Juntas Generales de Bizkaia por la circunscripción de Busturialde-Lea Artibai en 1983-1987, cuando ya era casi octogenario.

Hoy se cumple el centenario de su nacimiento en Ondarru. Muy pronto, Juntas Generales de Bizkaia colaborará con el Instituto Labayru y Kutxabank en la reedición de un inédíto trabajo titulado Euria eta txingor. Etxetik etxera, bost urte gerrate eta ondorenetan igarota. 1936-1941.

Estoy segura de que otros glosaran mejor que yo la fecunda trayectoria cultural y política de Augustin. Siempre “Augustin”, como una seña más de su identidad, nunca “Agustín”. Al conmemorar el centenario de su nacimiento y los diez años de su fallecimiento, pretendo acercar algunos pequeños trazos de recuerdos de mi relación como diputada foral de Cultura con un ya octogenario Augustin. En primer lugar, me sorprendió su vitalidad. Lo de Augustin sí que era vejez activa. Incansable, se acercaba desde Ondarru con su inseparable txapela y su maletín repleto de papeles, acompañado de su buen amigo Gorri, chófer y confidente, hasta la diputación siempre con un nuevo proyecto editorial, siempre corrigiendo pruebas de imprenta, siempre con nuevas ideas, siempre con nuevas propuestas. En aquellos años, Augustin publicó con la institución foral distintas obras sobre su Ondarru natal, pero también sobre otros pueblos de la comarca como Markina-Xemein, Mendexa, Munitibar, Arbazegi-Gerrikaitz, Ea, Natxitua-Bedarona, Amoroto, Gizaburuaga? Historia, imágenes, recuerdos, toponimia, tradiciones... Nada escapaba de la incesante actividad de Augustin. La vida en los baserris y en la mar, el mundo de las regatas de traineras o el estudio de la onomástica, sus recuerdos de la guerra y el acercamiento a personalidades como Txomin Agirre o Paulin Solozabal? Su obra es realmente densa y prolífica, con una incansable dedicación al mundo del teatro y la novela.

Entre sus facetas menos conocidas es de destacar también su labor como compositor, en la que puso música a varias representaciones teatrales, transmitiendo el amor por la música a su hijo Antxon.

Y de entre todos los trabajos de aquellos años me llamaban especialmente la atención sus almanaques, sus agendas anuales, bajo el título Zereginak, obras aparentemente sencillas pero repletas de datos, con el santoral, las tradiciones de cada día, los proverbios y “esaera-zaharrak” más apropiadas para cada época del año, las efemérides diarias, canciones? Y es que además Augustin aunaba una rica sabiduría popular con unos conocimientos enciclopédicos. Realmente era una gozada escucharle con ese precioso bizkaiera que trató siempre de impulsar desde su Euzkerazaintza, como incansable luchador en pro del euskera de Bizkaia y de todos los euskalkis.

Augustin era el aitite bonachón y dicharachero que toda Euskadi quisiera tener, pero era también socarrón y ácido con un gran sentido del humor y de la autocrítica. Con buenos amigos comunes, hemos recordado algunos de sus dichos y frases míticas lanzadas en ámbitos de confianza. Podía soltarte un “con las H se gasta muchísimo más papel y tinta”, al tiempo que sobre sus compañeros y amigos de Euzkeratzaintza lamentar un “estos viejos no evolucionan”. Recordaba sin odio la represión tras la Guerra con un “los navarros de Oteiza no nos lincharon de milagro cuando llegamos destrozados desde el frente. Los presos vascos les cantamos un réquiem tan solemne que ponía las carne de gallina y salvamos el pellejo por los pelos”. “Hay que aprovechar esta marea”, subrayaba tras la muerte de Franco, y se reía divertido al anunciar que “los del Ayuntamiento de mi pueblo, incluidos los de HB de Ondarru, me van a poner un busto en una plaza para que me caguen las palomas”.

Aunque Euskaltzaindia le reconoció en 1993 como miembro de honor de la Academia de la Lengua vasca, de la que era correspondiente desde 1961, para aquellos abanderados de los euskalkis populares, Augustin a la cabeza, no se ha hecho justicia tras aquellos años de excesos, tal vez necesarios para propiciar la vitalidad del euskera batua, en los que la unificación de la lengua se convirtió en un arma política arrojadiza contra la que chocó frontalmente nuestro Augustin.

Nuestro testarudo ondarrutarra podía haberse enfadado y refugiado en su edad para gozar de un merecido descanso sin meterse en más líos, pero no, Augustin no descansó ni un solo día en su trabajo en pro del euskera, no dejó de escribir ni un solo día en su cultivado y popular bizkaiera hasta que nos dejó hace diez años a punto de cumplir noventa de fecunda actividad.

Hoy, cuando se conmemora un siglo de su nacimiento, como de bien nacidos es ser agradecidos, es preciso reconocer y agradecer la ingente labor, los “zereginak”, de este irrepetible vizcaino de Ondarru.

Augustin recibió en vida ilustres reconocimientos; el Premio Sabino Arana, el nombramiento como hijo predilecto de Bizkaia o el Premio Andrés Mañarikua, pero creo que su más preciado reconocimiento fue el cariño de sus vecinos cuando, en 1992, doce años antes de su fallecimiento, todo el pueblo de Ondarru unido, por encima de opciones políticas, le dedicó en vida una plaza de su localidad como forma de resaltar que nuestro Augustin era, sobre todo, un hombre de acuerdos y trabajo sin descanso.

Augustin, por cierto, estaría encantado de que ya vaya por la catorce edición la beca con su nombre que el Ayuntamiento de Ondarru dedica para la publicación de una novela. Agur eta ohore, al incansable Augustin Zubikarai.