Mejor pequeño
La crisis ha traído el acuerdo en la necesidad de reducir el gasto de las administraciones públicas, pero el modo de hacerlo difiere según quién lo plantee. ¿Qué es mejor mantener, la estructura grande o la pequeña? Europa es un buen laboratorio para el análisis
IMAGINE que pudiera elegir el tamaño de su país, ¿qué talla elegiría? Esta es la pregunta que se hicieron hace unos años dos economistas americanos, Alberto Alesina y Enrico Spolaore en su famoso libro The size of nations (2003. El tamaño de las naciones: hay traducción catalana, pero no en castellano.) En el libro refunden una serie de artículos publicados anteriormente en los que plantean, a través de diversos análisis econométricos, que el tamaño de un Estado (en este sentido se refieren los norteamericanos al hablar de naciones) es una función de un trade-off o equilibro entre dos tendencias de signo contrario. Por un lado, los beneficios de las economías de escala que tienden a agrupar al máximo posible de territorios bajo una misma administración y mercado; por otro, la satisfacción democrática que empuja a reducir ese tamaño. Cuanto más grande el territorio, más heterogeneidad de preferencias que el gobierno ha de intentar acomodar en sus decisiones, haciéndolas más costosas.
El peso de estos dos tipos de variables va cambiando con los tiempos, afirman estos autores. En un contexto de estabilidad internacional y ausencia de conflictos, y con unos mercados cada vez más globalizados, los beneficios de la integración en un mercado interior garantizado por un Estado disminuyen, lo que puede hacer que los costes asociados a la gestión de la diversidad se hagan más presentes en la explicación del tamaño óptimo. De hecho, a la luz de estos resultados se han desarrollado diversas hipótesis para explicar el crecimiento exponencial del número de estados en el mundo con un tamaño medio cada vez menor. Concretamente, se ha pasado de 74 estados en 1945 a 196 en 2011.
Aunque los estudios de Alesina y Spolaore causaron un gran impacto, no era la primera vez que se analizaba el tamaño de los países como resultado de diversas fuerzas en disputa. Uno de los padres de la ciencia política europea, Stein Rokkan, con una perspectiva histórica, desarrolló durante tres décadas una extensa literatura sobre formación de estados en Europa. El eminente politólogo noruego los concibió como el fruto de la resolución de tensiones territoriales (y funcionales) entre el centro y la periferia. El equilibrio entre las fuerzas centrífugas y las centrípetas se ha resuelto de maneras distintas en cada caso y contexto histórico, pero todos ellos comparten una misma mecánica: la necesidad de compensar los factores que favorecen la desintegración, que aumentan a medida que los intereses y la geografía se alejan de las decisiones de la capital, con factores de integración en los ámbitos de la economía (mercado), la ley (administración), la cultura (unificación y estandarización) y la fuerza (ejército). La versión local y popular de esta literatura en la política española es esa famosa cancioncilla ya tronada que, al menos a los catalanes nos toca escuchar cada tanto, de "déficit fiscal a cambio de mercado interior".
Estas reflexiones me viene a la cabeza a tenor de un estudio que se presentó hace unas semanas en Barcelona, titulado Dimensión de los estados y comportamiento económico en la Unión Europea, de los economistas Albert Castellanos (Universidad Pompeu Fabra), Elisenda Paluzie (Universidad de Barcelona) y Daniel Tirado (Universidad de Valencia). Tomando la perspectiva de Alesina y Spolaore, estos autores se preguntan qué países europeos han experimentado mayores índices de crecimiento en la última década. ¿Es posible observar alguna dimensión explicativa que tenga que ver con el tamaño? Europa es un buen laboratorio para este tipo de cuestiones dada la gran diversidad de dimensiones estatales que presentan los países miembros pero, al mismo tiempo, la homogeneidad de un mismo contexto caracterizado por la integración política y económica.
Pues bien, si distinguimos entre países con menos de 10 millones de habitantes y países con más de 10 millones de habitantes, observamos de entrada cómo el producto interior bruto medio per cápita es superior en los países pequeños que en los grandes. Naturalmente, esto no implica que sea el tamaño la variable explicativa, pero nos permite afirmar que más grande no quiere decir mejor; al contrario, se vive mejor en los países pequeños. Pero, ¿qué se puede decir sobre el crecimiento económico? En este punto se constata cómo el tamaño tiene un efecto significativo sobre las tasas de crecimiento. A los estados grandes les cuesta más crecer. A diferencia de estos, entre los estados pequeños se produce una mayor dispersión, con estados que crecen mucho más que la media y otros, en cambio, con tasas por debajo. En otras palabras, ser pequeño no garantiza nada, pero ser grande, en este contexto, es más bien un lastre.
¿De qué pueden depender, entonces, estas diferencias entre los estados pequeños? El estudio comprueba la incidencia de diversas variables, todas ellas en el marco de la teoría estándar de la convergencia que afirma que los países tienden a converger, cuando se dan unas mismas opciones, a niveles similares de crecimiento. En otras palabras, que los que estaban peor crecerán más que los que están ya mejor, tendiendo a converger. Es también el caso de los países europeos. Pero hay otras variables que remarcar. En primer lugar, el grado de apertura de la economía: cuánto más abierta y global, más crecimiento. En segundo lugar, el nivel de gasto público: a igualdad de condiciones, cuanto mayor es el gasto, menor crecimiento y cuanta más heterogeneidad territorial, más gasto público, según muestra el estudio. (Ahora bien, sin una mayor apertura no está claro que una disminución del gasto público afecte significativamente sobre la tasa de crecimiento).
La crisis en España ha conseguido poner a todo el mundo de acuerdo sobre la necesidad de reducir el gasto de las administraciones públicas. El remedio al diagnóstico compartido, sin embargo, es de lo más diverso: desde los que defienden, como el gobierno del PP, la recentralización, a los independentistas que defienden la secesión. Lo que conviene recordar ante la disputa es que en el caso español el sobrecoste no es solo fruto de la heterogeneidad sino más bien de la voluntad de acabar con ella. Como demuestra otro estudio (Martínez, 2006), el año 2004, un 36% del gasto efectuado por el Estado era sobre competencias impropias, es decir, duplicando las competencias traspasadas a las comunidades autónomas. Es comprensible, pues, que con la crisis se multipliquen en algunos territorios los que piensan que ser más pequeños les saldría más barato.