UNO de los cambios positivos de la omnipresente crisis va a ser el paso de adocenados súbditos a exigentes ciudadanos que, tras demasiados años de aletargamiento indolente, vemos con pavor cómo los fríos vientos sacuden todos los rincones en los que nos considerábamos a salvo.
Refugiados como estábamos en un consumismo estúpido como única identidad, los ciudadanos empezamos a reaccionar ante los desmanes de aquellos que dirigen la sociedad, o tienen una importante responsabilidad a la hora de llevar a cabo tareas fundamentales para el desarrollo de esta.
La Educación, verdadero pilar social, se enfrenta a serios recortes que pueden agravar el ya de por sí deteriorado estado de esta. Más alumnos por aula, menos profesores y más horas lectivas son la innovadora y creativa solución que nos proponen los que dirigen la Educación del Estado. Hay que ahorrar, nos dicen como argumento irrefutable sin querer darse cuenta del enorme derroche que supone dejar de invertir en la formación de nuestros hijos.
Pero no basta con echar balones fuera y culpabilizar al gobierno de turno si queremos que la Educación sea algo más que un tránsito escalonado entre el hogar, la escuela, el instituto, y finalmente la Universidad, en el mejor de los casos.
Será necesario reflexionar sobre muchos e importantes puntos que nos han llevado a un fracaso escolar inaceptable y a ocupar un puesto de cola en los parámetros educativos europeos. Llegados a este punto, podemos hacernos trampas en el solitario y decir que en Euskadi estamos mejor, lo cual es cierto, pero nos reconforta poco. Pero no solo sobre eso tenemos que reflexionar.
Habrá que definir si los rendimientos académicos son los únicos parámetros en el currículum escolar y si valores como la curiosidad, la creatividad, la aceptación del riesgo y la empatía por ejemplo están de sobra y, si no lo están, cómo los vamos a reforzar.
Habrá que reflexionar sobre el compromiso de los progenitores con la Educación de sus hijos e hijas, que a medida que transcurren los años escolares disminuyen tal y como reflejan las encuestas de las Asociaciones de Padres y Madres y si la proliferación de extraescolares es más una necesidad por parte de los niños o de los padres.
Quizás también tendremos que plantear que si educamos para el futuro carece de sentido aplicar periodos vacacionales del pasado y que perduran dos siglos más tarde; es decir, de cuando niños y jóvenes ayudaban en la recogida de las cosechas veraniegas.
Si hablamos de innovación y creatividad constantemente ¿por qué luego recurrimos a lo de siempre; al ejercicio memorístico, al constreñimiento académico, a la nota como juicio final? En la vida trabajamos por proyectos y aprendemos de sus dificultades y de la necesidad de superarlas ¿por qué no en la Escuela o en la Universidad?
¿Cómo es posible que el estado de gracia de un solo día se valore por encima del trabajo y del compromiso diario con los alumnos y que determine diferentes escalafones profesionales entre aquellos que comparten una misma responsabilidad?
Decimos apostar por una educación, emprendedora, igualitaria y solidaria, sin embargo nos anclamos en valores y actitudes conservadoras, discriminatorias y poco comprometidas. También sabemos que el pesimismo puede ser nuestro peor enemigo y precisamente por eso tenemos que cambiar el foco de los problemas a las soluciones.