LA actualidad corre vertiginosamente al rebufo de las malas noticias económicas, cuando se suponía que tras las elecciones generales las soluciones iban a llegar desde las mentes preclaras del nuevo gobierno. Pero lo que han traído es otro tipo de claridad: constatamos la gestión fraudulenta de la crisis, la incompetencia de muchos gobernantes y banqueros, los abusos y las mentiras de quienes sabiendo muy bien hacia dónde íbamos, han preferido mentir e incluso beneficiarse aún más de una crisis que los que acaban de llegar han contribuido a ella directísimamente.
Y no será porque las soluciones básicas no estén encima de la mesa desde hace mucho tiempo: 1) Emisión urgente de eurobonos con cargo a los fondos estructurales europeos, pero no para tapar más agujeros sino para generar actividad productiva. 2) Flexibilizar la deuda, con nuevas fechas para que podamos acompasar la reducción del déficit público con algo de actividad económica para no ahondar en la recesión europea; sí, he dicho bien, europea, excepto Alemania, que es quien enmascara los datos globales de la UE. 3) Comprar deuda pública por parte del Banco Central Europeo para enfriar la codicia de los mercados y su política desestabilizadora. 4) Incorporar un impuesto sobre todas las transacciones financieras para generar recursos y liquidez a los gobiernos de la zona euro, lo que enfriaría el desmantelamiento del estado de bienestar ante la falta de recursos para mantenerlo. 5) Actuar contra los paraísos fiscales, que son los lugares donde se concentra la gran mayoría de la defraudación fiscal. 6) Responsabilidades penales, económicas y políticas para quienes han demostrado su incompetencia profesional y ética en esta crisis, con responsabilidades directas en la gestión del dinero público o privado con ayuda económica pública. Nadie podrá decir que son medidas rupturistas ni desestabilizadoras; más bien su arrinconamiento es por la voluntad de quienes rigen la economía desde Bruselas y Madrid, que miran para otro lado -el suyo- mientras al resto nos llevan hacia el despeñadero.
Sin embargo, hay otro elemento que debe considerarse con sumo cuidado, y es la solución que para muchos sería aflojar la férrea política de reducción drástica del déficit público y enfilar la senda del crecimiento económico. Dicho así, casi todos estaríamos de acuerdo, ante el problemón que está causando la recesión y su consecuencia más dramática en forma de paro. Lo digo porque el crecimiento, que sería el contrapunto necesario para, al menos, sacar al cabeza de debajo del agua, también se encuentra en entredicho por la rapiña llevada a cabo durante decenios, que ha esquilmado los recursos básicos del planeta; nuestro consumismo es superior al equivalente de tres planetas y, obviamente, tiene un límite cercano que nos vienen advirtiendo. El mal uso del desarrollo tecnológico ha facilitado el arrasamiento de recursos naturales sin pensar en el mañana y, a diferencia de otras épocas en las que se podía crecer cuanto fuera necesario para desarrollarnos, ahora estamos en el umbral de una Tierra exhausta y de más que probables guerras por el control de los alimentos y del agua. Nuestro modelo de vida basado en el consumismo es insostenible para nosotros y para la mayoría del planeta. Lo que ocurre en India o China es un espejismo preocupante porque consumen desaforadamente para encontrarse de bruces con los problemas de quienes les precedieron en estas políticas que además de insolidarias son suicidas.
¿Qué podemos hacer? Decrecer suena a una mayor recesión; pero si en lugar de decrecer moderásemos el consumo a causa de repartir -compartir sería el término exacto- estaríamos en disposición de ver luz al final del camino desactivando el insensato crecimiento por el crecimiento. Y que nadie diga que costaría muchos sacrificios porque también lo actual cuesta lo suyo, con mucho paro y una alarmante quiebra del estado del bienestar. Al menos un reparto más justo de la riqueza despejaría el horizonte y los que ahora acaparan casi todo se tendrían que retratar sin los testaferros que ocultan sus tropelías, los mismos que han colonizado nuestra mentalidad consumista como si fuera el único espacio posible en formato de globalización. Pero estamos tan lejos de esta mentalidad de repartir que hasta cuando ahorramos agravamos el problema: las bombillas fluocompactas gastan menos electricidad; por tanto, las dejamos más tiempo encendidas. El avión va más rápido, así pues, nos desplazamos más lejos y más frecuentemente... Las tecnologías eficaces nos incitan a un mayor consumo dilapidándose las ganancias por un incremento de las cantidades consumidas; es tan evidente que hasta tiene nombre propio esta conducta: la paradoja de Evons. Mientras tanto, la mayoría del planeta pasa hambre y sed.
Por tanto, estamos a un tris de arrasar la huella ecológica, la superficie terrestre productiva de suelos y océanos necesaria para proporcionar los recursos a consumir y asimilar los residuos de todo el planeta. Estamos cerca si no se producen cambios en la gobernanza mundial, no ya para ayudar a los menos favorecidos sino para preservar egoístamente nuestro hábitat y el de nuestros hijos. Porque "afirmar que mi destino no está ligado al tuyo es como decir: tu lado del bote se está hundiendo" (Hugh Downs), señores del Banco Mundial, FMI, multinacionales y sus amigos de la UE, banqueros varios. Se lo recuerda un náufrago desde su botella con la esperanza de que este mensaje llegue a personas con capacidad de influenciar desde una postura ética y valiente frente a la deshumanización que nos dirige; pensadores, políticos sin contaminar, profetas, gentes que siguen en el 15-M con la mentalidad de Hessel, Morin o Sampedro, seguidores de Jesús de Nazaret, que desde el amor puso en evidencia el pecado estructural que oprimía al pueblo? Porque ya el dilema no es consumismo o recesión sino actuar desde otra óptica sobre la barbaridad que hemos montado.