GERNIKA fue el preludio. Los acontecimientos que siguieron a la devastación de la otrora hermosa villa vizcaína a partir del 26 de abril de 1937 fueron aún más atroces y brutales, pues su destrucción implicó desvelar la consciencia, por primera vez, de lo que comportaban los raids de terror sobre núcleos de población civil. El descubrimiento de los hermanos Wright con su gesta de la conquista de los cielos trajo consigo una aplicación posterior muy afín al carácter belicista del ser humano, convirtiéndolo en uno de los más aterradores instrumentos de guerra de una nueva era. Ya se probaron en la I Guerra Mundial los bombardeos aéreos de alta altitud con los dirigibles alemanes, los bellos zeppelines, sin que se descubriese la terrible certeza de lo que acababa de desvelarse. Así que con una mayor capacidad de carga y autonomía los nuevos aparatos de bombardeo, hasta la invención de los misiles balísticos, cualquier ciudad en un radio de acción determinada podía ser arrasada, literalmente, por una tormenta de fuego.

Nadie previó esto. Gernika fue un ensayo y mucho más.

Con el ilustrativo título de La muerte caía del Cielo, Rolf-Dieter Müller señala que Gernika no fue un bombardeo de terror sino que su objetivo era entorpecer la retirada de las tropas vascas destruyendo el puente de la ciudad y su nudo de comunicaciones. Sin embargo, ni el puente ni las comunicaciones fueron dañados, aunque cierto es que Gernika cayó tres días más tarde. Para entonces, el 90% del centro histórico quedó destruido por las bombas y el fuego. ¿Tácticas de guerra o terror? ¿Cuál es la diferencia? Gernika abrió, y aún nos procura ese legado, una brecha tremenda en la conciencia, y eso es lo que hay que tener en cuenta, dio paso a una serie de capítulos como el bombardeo de Coventry, Londres, Dresde, Hiroshima, hasta llegar a Grozni y Sarajevo. Todo era posible. Los cientos de víctimas de Gernika se convirtieron en cientos de miles unos años más tarde y la espiral tan singular de violencia pareció legitimarse. Nadie excusa lo que ocurrió en Coventry (aunque el Gobierno británico tuvo que ocultar que sabía que se iba a producir la incursión germana para no desvelar que conocía los códigos de comunicaciones alemanes a través de Ultra), o Londres y otras urbes, pero la industria bélica alemana durante la II Guerra Mundial en modo alguno pudo construir grandes destructores de ciudades como serían los bombarderos británicos Lancaster o los B-17 y B-29 norteamericanos, denominados fortalezas volantes. El hombre ha acabado por conquistar la Luna y, también, puede, si no enfatiza la importancia de la conciencia, destruir la Tierra.

Finalmente, los aliados, en dos momentos aciagos, casi al final de la Guerra Mundial, dieron dos fatídicas órdenes, el bombardeo de Dresde, la bella ciudad junto al Elba y, más tarde, Hiroshima y Nagasaki. En estas dos ciudades japonesas se probaría por primera vez la devastación y consecuencias del uso de bombas nucleares. Sin duda, los gobiernos dictatoriales y militaristas tanto de Alemania como de Japón, de aquel entonces, fueron los responsables, pero eso no significa que nada pudiera haberse evitado. Gernika fue el principio de todo pero, luego, por desgracia, nadie sabe cuándo acaban las guerras (al final, es cuando al enemigo se le quiebran las piernas, los brazos y el cuello). La espiral de violencia no ha cesado todavía en el mundo en que vivimos, no hemos sabido ser capaces de hundir las raíces de la reflexión más honda y profunda para evitar repetir hechos semejantes.

Gernika, la ciudad de la paz, aún tiene que ser recuperada de forma persistente, como recordatorio permanente, porque aún ha habido otros casos, como Grozni, la capital de Chechenia, arrasada hasta los cimientos, esta vez, por el fuego de la artillería, como Sarajevo, otro tanto, en unas guerras basadas en los principios belicistas más atroces, sin preocuparse de los derechos humanos y las víctimas civiles. Las guerras prueban la capacidad del ser humano por soportar dolor y sufrimiento pero, también, prueban hasta dónde es capaz de infligir un daño mortal a otras personas sin consideración y mentir sobre ello.

El silbido de las sirenas anunciando la cercanía de los bombardeos, el rápido movimiento de la gente que se dirige hacia los refugios mirando insistentemente al cielo, ese instante que antecede a la tormenta de hierro y destrucción, en la misma incertidumbre o el temor que provoca la consciencia de una muerte que procede del cielo, pero contra la que no podemos hacer nada, es una escena atroz. Es un instante azaroso y cruel. No debemos olvidarlo. Las bombas pueden estallar alrededor sin causar ningún efecto o hacer un impacto directo y acabar con todo lo que se encuentra a su paso. Después, cuando se apagan las sirenas y reverbera un pavoroso silencio se despeja el humo de las calles y es como si se despertara de una pesadilla. Se mirará al cielo con temor no ya para orar o dar gracias a Dios por la existencia sino con miedo. El ser humano ha descubierto el arte de volar y de destruir, oscura paradoja. Las fotografías posteriores a estos raids desvelan el esqueleto de los grandes edificios rotos por las bombas, ruinas y más ruinas, como si un viento hubiese desenterrado los restos de un pasado oculto durante siglos. Y, sin embargo, desde Gernika a Grozni, pasando por Damasco o Homs, la guerra ha seguido haciendo sus estragos, arañando las paredes de los edificios, perfilando los cráteres en el suelo y, sobre todo, ahogando el grito de las víctimas.

Picasso reflejó con brillantez esta angustia en su cuadro Guernica.

En la actualidad sabemos casi todo lo que hay que saber sobre lo ocurrido en Gernika pero es una historia que no puede cerrarse sin su correspondiente memoria. Las mentiras que el franquismo lanzó sobre los hechos que destruyeron la villa nos advierten de que todavía aún es posible desfigurar el alcance y símbolo de lo que comportó su infame bombardeo..