PUEDE parecer difícil hablar de salud laboral en momentos de recortes, más difícil si cabe que hablar de salud en general. Mientras en los últimos años estamos siendo testigos de la destrucción de miles de empleos, de miles de despidos que gracias a la reforma laboral son cada vez considerados menos improcedentes, de ataques constantes a los derechos individuales y colectivos y, sobre todo, a los servicios públicos, puede resultar casi paradójico hablar de salud laboral. ¿Qué salud podemos tener trabajadores y trabajadoras en este contexto?
Sin embargo, el sábado, 28 de abril, día internacional de la salud laboral, seremos testigos una vez más de reivindicaciones, de estadísticas y números, de las mejoras y avances que proclamará la patronal y de las denuncias que realizaremos la parte social. Durante todo el día haremos guiños a la aplicación o no de tal o cual ley y a la importancia de la prevención y la sensibilización.
Pero al día siguiente, después de tanta o tan poca sensibilización, los trabajadores y trabajadoras de la enseñanza pública volveremos a nuestros puestos de trabajo y a enfrentarnos a nuestras aulas llenas de niños y niñas, de jóvenes y no tan jóvenes y nos olvidaremos de todas las reflexiones de la víspera. Hasta que Aritz, que se sienta en la segunda fila, o Marta, que está una fila más atrás, nos estornude cuando le estamos corrigiendo el cuaderno de mate o la dirección nos diga que en 2ºB faltan cinco con varicela y en 4ºC hay dos con paperas. Entonces nos preguntaremos cuántas enfermedades hemos pasado y empezaremos a hacer cálculos de lo que nos supondría enfermar. Sin olvidar el copago.
Porque aunque parezca mentira, mientras la señora Isabel Celaá y el señor José Iribas, consejeros de Educación en la CAV y Navarra, se llenan la boca hablando de la calidad de la enseñanza, hacen ruedas de prensa presentando proyectos innovadores y destinando miles de euros para diversos fines, intentan ahorrar a costa de la salud de su personal dejándolo en un estado de total indefensión.
Tienen la desfachatez de decirnos, en pro de la calidad de la enseñanza, que toman medidas para reducir el absentismo laboral llamándonos vagos y vagas a la cara y quitándonos el derecho a enfermar. ¿Acaso creen que somos nosotras y nosotros los que nos firmamos el parte de baja? En los centros educativos tenemos bien claro que el sueldo que recibimos por nuestro trabajo es dinero público (bien de la Seguridad Social en caso de baja, bien de los presupuestos de los gobiernos vasco o navarro), y que existen -y por ellos abogamos- sistemas de control y planes de prevención, los cuales, caso de considerarse insuficientes, debieran de ser revisados antes de presentarnos como personas tendentes al absentismo.
Las cifras que los propios departamentos nos presentan dicen lo contrario y el día a día nos muestra otra realidad: en las escuelas es frecuente encontrar compañeras y compañeros en sus puestos de trabajo con problemas de disfonía, incubando una gripe, con dolores de espalda... y esto se debe en primer lugar al compromiso que tenemos hacia nuestra labor... y porque sabemos que la atención no siempre está garantizada por la reducción de recursos en nuestros centros. Las bajas no se cubren desde el primer día, aun en el caso de que se sepa que va a ser de larga duración y el grupo puede resentirse.
Tanto el Gobierno de Navarra como el Gobierno vasco han articulado un sistema que penaliza económicamente a la persona enferma, retirándole una parte importante del sueldo como medida disuasoria. (Y ahora añadimos el copago). En Navarra, a partir de la tercera semana, se percibe el sueldo íntegro; en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia, por el contrario, es a partir del mes y medio de baja cuando se empieza a cobrar el 100%. Esta medida es especialmente cruel con las personas con una delicada salud, y con aquellas que padecen una enfermedad crónica (fibromialgias, lumbalgias, artrosis, Crohn...). Sin olvidar que la precariedad en el trabajo, en el caso del colectivo de personas interinas y el anunciado aumento de ratios o de horas lectivas, sin duda, hará que, además de las enfermedades laborales propias de la profesión, se sufra de un estrés añadido.
Teniendo en cuenta que nuestro trabajo se desarrolla en un medio que podríamos llamar de riesgo sobre todo en etapas iniciales (es sabido que en la escuela cuando un alumno o alumna se pone enfermo, poco a poco van cayendo todos los demás, y de esto no se libra tampoco el profesorado o personal que trabaja en el aula), exigimos a los departamentos de educación de los gobiernos vasco y navarro que reconozcan las gripes estacionales y demás enfermedades contagiosas como enfermedades laborales. Asimismo, que se dé marcha atrás en la política punitiva que va a acarrear preocupantes consecuencias en nuestra salud, al darse casos en los que la persona enferma se niegue a que el médico le dé la baja y acuda al centro educativo convirtiéndose en un posible foco de infección, o empeorando su salud.
Aprovechando el Día Internacional de la Seguridad y Salud Laboral queremos seguir reivindicando nuestros derechos como trabajadores y entre ellos el derecho a enfermar con dignidad. Vamos a seguir trabajando y luchando por defender nuestros puestos de trabajo, pero de una manera especial por la calidad de estos, ya que también de ello dependen los resultados del sistema educativo.