NO me digan que no es maravillosa la actualidad. Nos desperezábamos con dificultad en la profesión tras la semana de Pascua, dispuestos a afrontar las penurias informativas propias del impasse de estos días y se nos llena el gaznate con jugosos caldos. La prensa que más pita, la rosa y la salmón, se frota las manos estos días y el resto, sabedores de que renunciar a ese festín nos condena a inanición, llenamos páginas con los noticiones de estos días. Hoy todos sabemos que a Botsuana se puede ir a cazar elefantes por unos 35.000 euros del ala y que la próxima revolución la protagonizará una nueva suerte de oligarquía -con discurso de socialdemócrata chirene pero oligarquía al fin y al cabo- a golpe de nacionalización de las materias primas. ¡Che, pibe, que subidón lo de YPF!
La soberanía aplicada a la explotación de las materias primas es un argumento goloso. Se entiende fácil y provoca simpatías hacia la causa de Cristina Fernández de Kirchner, hasta el punto de que incluso parece la de los argentinos. El ejercicio de marketing de la expulsión de Repsol está lleno de símbolos dirigidos a orientar en la dirección oportuna la pasión que en tiempos de crisis se convierte en estallido social. La presidenta argentina acudió a su pueblo con el patriotismo elevado a la categoría de esencia en el concentrado de un tubo de ensayo lleno de petróleo. El primer petróleo argentino de pura cepa, oigan.
Y todo ello, una vez despachados -literalmente en lo que se refiere a los directivos de Repsol- los gallegos invasores, hijos del imperio que debía ser que lo sorbían en lugar de explotarlo y pagar por ello. Pero eso de la soberanía energética lo tengo que contrastar con algún amigo que aplaude hoy a esta versión pampera de Agustina de Aragón y ver cómo casa eso con las caceroladas contra los parques eólicos o las prospecciones de gas en Euskadi.
Admito que se me escapó una sonrisa malévola ante la imagen de una multinacional extranjera despachada por la vía rápida en el cono sur latinoamericano. Hay una cierta épica reivindicativa que tiene su lógica en un deseo de compensación de los tiempos en los que las multinacionales lo que hacían en esa región era poner y quitar, sobre todo quitar, gobiernos democráticos. Pero igual que cuando en Islandia pusieron un pijama a rayas a sus banqueros no me dio por hincharme a comer hrutspungur -que es una especie de pastel de testículos de carnero macerados en suero muy apreciado en la gastronomía local- espero ahora a pensar un poco más el tema antes de sorber mate a todo pasto.
Es que tampoco alcanzo a ver hasta dónde agitar al gallego de trapo ante la sociedad argentina va a mejorar sus problemas. Entiendo que no es de recibo que un país productor de petróleo con reservas teóricas para el autoabastecimiento venga siendo importador de combustibles. La ecuación del Gobierno argentino se sostiene sobre el papel: producción nacional de crudo que permita abaratar el precio y sirva para contener la inflación y reducir la deuda externa y evitar que el coste de sus intereses acabe provocando otro corralito.
En la práctica, extraer el crudo no se va a abaratar de golpe porque las nóminas no las firme la multinacional catalana, sobre todo, si estas nóminas siguen actualizándose un 20% en dos años por que la inflación es salvaje en el país y no solo por el precio del combustible. Además, lo de la deuda argentina ya lo viene advirtiendo el FMI, que tampoco es santo de mi devoción pero en cuestión estadística tiene su valor. Mientras Argentina tenga que pagar una cantidad creciente a partir de los 41.000 millones de dólares en este y los próximos cuatro años solo en intereses de su deuda tendrá un problema que no resuelve una expropiación.
Bueno, dos problemas. Porque casi la mitad de la deuda emitida está sustentada hoy por el fondo nacional de capitales que debe garantizar las pensiones de los jubilados argentinos y un buen pico por el Banco Central del país. Es decir, que los argentinos se deben un pastizal a sí mismos y el resto a los mercados exteriores. Los mismos que aprietan como Dios y ahogan como el diablo en Europa. Así que algunos sospechan que la agenda oculta de Fernández de Kirchner pasa por sanearse en China, que maneja dinero a espuertas y es propietaria de medio mundo en valores de deuda y créditos a la inversión. Si a YPF le brota en el futuro a medio plazo un socio tecnológico de ojos rasgados, lo volvemos a comentar.
Aunque también cabe la posibilidad de que ni agenda oculta ni conspiración pekinesa. Que a la presidenta argentina no le remontaba la popularidad perdida ni a golpe de operación y, como no hay a corto plazo Mundial de fútbol que alivie el descontento social, arrolla con todo: con la privatización de 1999 cuyos ingresos para el Estado argentino ya se comió el interés de la deuda, con la seguridad jurídica y con la credibilidad del país en términos de riesgo-negocio, que conllevará que el próximo inversor extranjero exija mayor rendimiento propio y garantías ajenas de las que en su día disfrutó Repsol y asumieron los argentinos. Pero confiemos en que a Cristina Fernández no se le tornen espinas de erizo las trompas de elefante con las que bromeó en la presentación del abordaje.
Y hablando de todo un poco, ¿no hay en Argentina bicho que barrite suficientemente alto como para resultar atractivo colgando de una pared? La maldad no es gratuita. O sí, qué diablos. Porque ahora están sugiriendo que la escapada del jefe del Estado a Botsuana era algo así como una labor de mediación a favor de los intereses de alguna empresa española. Sin que lo supiera el Gobierno ni lo controlara el Parlamento, ¿qué interés general estaba representando el monarca español antes de estamparse? ¿En qué se ha traducido su labor de representación y mediación internacional de los intereses económicos españoles en Latinoamérica, por ir al caso que nos ocupa?
Desde luego, si hay debate sobre la facilidad de la Casa Real para dispararse en el pie -figuradamente, se entiende, la otra está contrastada- no confío en que pase de ser un rifirrafe frívolo en tertulia televisiva. Lo que no consiga erosionar en la imagen de la monarquía española un juicio por fraude o un safari accidentado del hasta ese día presidente de honor de ADENA no lo va a lograr su ineficiencia como representante internacional. ¡Hay que ser boludo para andar cazando elefantes en secreto y partirse la cadera! Entiéndame el calificativo el señor fiscal general del Estado no en su acepción popular argentina -"que tiene pocas luces o que obra como tal"- sino en la salvadoreña: "adinerado".