LOS dioses que rodean la vida del hombre llenando de incertidumbre, dudas y dogmas su existencia, tienen un poder relativo, porque hay temas que se escapan de su decisión y una, la más grande, es la vida. La decisión de vivir o no vivir, ser o no ser, es un poder exclusivo de la mujer. El Dios lo quiso, o porque Dios quiso, es la voluntad de Dios? son palabras bonitas para el mundo de las creencias religiosas, pero ese Dios poderoso primero tiene que aceptar el deseo de la mujer.

Un acto de amor es capaz de crear vida. Pero un acto de amor no puede obligar a crear vida si la mujer, en su infinita y real voluntad, decida que esa vida no llegue a ser. Y lo que me irrita, y me irritará siempre, es que la sociedad, según el grupo político dominante, decide por el cuerpo femenino lo que la mujer -como ente abstracto, no como un yo individual- tiene que hacer. Vivimos dentro y continuamente del deseo totalitario del hombre. Es una constante de la Humanidad y no es justo que ese hombre, dueño de todo lo creado, decida sobre lo increado, lo no resuelto que es la propia vida. Y, lo más desconcertante, lo más vergonzoso, lo más desesperante, es que ese hombre consiga la aceptación voluntaria de su decisión por parte de la mujer. Una mujer que voluntariamente ha aceptado su inferioridad para plegarse a la decisión del varón. A mi, como mujer, me avergüenza ver una manifestación pro-vida (dentro de poco tendremos manifestaciones pro-muerte, porque ese es otro tema a discutir) con mujeres encarteladas defendiendo el derecho de la comunidad a la familia. ¿Por qué utilizar los hijos para defender otros valores menos confesables? La mujer tendría que tener las técnicas para decidir su maternidad y que, de la misma forma que se quitan los tumores de la matriz o las piedras del riñón -quizás es un ejemplo exagerado-, podría deshacerse de un feto que no es vida hasta que sienta. Y ese sentir también varía a la hora de ser varón o hembra. Santo Tomás y San Agustín -prácticamente toda la doctrina escolástica del siglo XIII- mantenían la teoría de la animación retardada. El feto no recibía el alma hasta los 40 días de la concepción si era hombre y hasta los 90 si el feto era mujer. El sufrimiento femenino siempre es el causante de tanto desajuste.

Creo que se ha llegado hasta aquí por la intransigencia de tantos mandatos religiosos. La imposibilidad de poder tener métodos anticonceptivos en tantos siglos ocasionó muertes de niñas que no tenían el cuerpo preparado para contener una vida. Adolescentes obligadas a mantener relaciones conyugales a la fuerza, niñas forzadas a parir hasta morir con veinte años y cuatro hijos en su regazo. ¿Por mandato de Dios? ¡Qué ridículo! Así es la Historia y quien no la quiera ver es que no ha estudiado la Historia.

Y la vida sigue.

Y, porque parirás con dolor, dijo el Creador condenando a Eva en el Paraíso, es la propia mujer -¡qué vergüenza!- la que hace una manifestación en defensa del parto natural. Es como si ahora los enfermos de corazón se manifestaran pidiendo que les abran el pecho para operarles sin anestesia porque eso es lo natural. Nos estamos volviendo locos en aras de no-sé-qué-Dios machista y desconsiderado que pide el continuo sufrimiento y humillación de la mujer. Hay que reaccionar. La pena es quien manda y decide por la mujer es la política. Y siempre, en ese ir y venir de poder, los que ordenan en la sombra -y en la luz también- son los hombres. Y esos hombres son capaces de imponer su voluntad a la mujer, a veces machista como ellos. ¡Qué pena que la mujer pueda llegar a ser tan esclava y servicial que tengamos que llamarle machista! Lo curioso es que esa mujer machista se enfada si le echan del trabajo por quedarse embarazada. Creo que hay que cambiar antes de llegar a una urna de votaciones. También hay que pensar en esa Iglesia que protege a la mujer aunque aún siga pensando como San Agustín cuando decía: "Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer...". No alcanzo a ver qué utilidad puede tener la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños.