El país menos catalán
LA utopía de los Països Catalans es más difícil de alcanzar que la de Euskal Herria completa. Entre otras razones, porque abarca un estado independiente con la misma cultura (Andorra) y territorios en tres de los más poblados de la Unión Europea (L'Alguer en Cerdeña, de administración italiana, se añade a las tres autonomías españolas y al territorio del norte de los Pirineos). También se duplica el equivalente al caso navarro con ses Illes (las Baleares, más cuando gobierna, como ahora, el PP) y sobre todo el País Valenciano. El govern insular actual, con todo, ha anunciado que mantiene su participación en el instituto Ramón Llull, homólogo del Cervantes español en el ámbito de la catalanidad.
Pasada la época del dominio autoritario del dimisionario Francisco Camps, el sucesor, Alberto Fabra, procedente de la Alcaldía de Castellón (provincia mucho más cercana al Principat no solo geográficamente) ya se ha mostrado del todo favorable al impulso del corredor mediterráneo del ferrocarril internacional y declaradamente favorable de la reciprocidad en la recepción de emisiones de las televisiones públicas, TV 3 y Canal 9, entre otros gestos.
Claro que habrá que esperar para ver si acaban plasmándose sus intenciones en realidades, porque el resto de las familias de los populares valencianos no se ha movido de su fobia. A falta de una oposición fuerte, por la inexistencia fáctica del PSPV-PSOE, y con una izquierda-izquierda y un nacionalismo todavía minoritarios, aunque crecientes y ya representados en las instituciones, parece que el panorama cambiará bastante en la comunidad valenciana.
La inefable alcaldesa de la capital, Rita Barberá, era plenamente consciente cuando decía que sobre su partido y territorio ha pasado un tsunami. La dimisión, previa al juicio abierto al ya expresidente, no solo le aparta del poder, implica también una serie de cambios inevitables. Difícilmente se podrá mantener el autoritarismo en forma de control político extremo sobre la radiotelevisión pública, donde ni siquiera se citó el nombre de Camps al dar la noticia de los procesamientos por supuesta corrupción. De las declaraciones sin posibilidad de preguntas del anterior, se ha pasado ya a la primera rueda de prensa digna del nombre del nuevo president. Además de las formas, y de la aproximación de conveniencia por motivos económicos a quien hasta ahora ha sido el enemigo odiado del norte, se intuye en la declaración de la alcaldesa una insostenibilidad de la política populista, de gasto faraónico y déficit máximo, con aromas de corrupción. A partir de Terra Mítica, agujero negro en tiempos de Zaplana, las inversiones inmobiliarias fallidas de la caja de ahorros Bancaja (hoy fusionada en Bankia y avalista del encausado), la Ciutat de les Arts i la Ciència de Calatrava, el viaje del Papa, la Copa América de Vela, el gran premio de Fórmula 1... han supuesto dispendios de millones y más millones de euros, con las partidas no siempre aclaradas, que tuvieron gran resonancia mediática de cara al exterior, pero escasamente productivas en la práctica para la mayoría de los ciudadanos propios.
Con todo lo que se sospecha, y se investiga, de la trama Gürtel, nacida en Valencia, puede resultar chocante que el juicio al hombre fuerte del país sea por la minucia -a escala- de haber aceptado el regalo de unos cuantos trajes por valor total de 14.000 euros, lo que supone que el fiscal no haya podido pedir como condena más que una multa. Cierto es, sin embargo, que un político no puede ser medio honesto, como no se puede estar "un poco embarazada" y que por menos han caído figuras de relieve en democracias de más larga tradición.
Habrá que seguir con atención los próximos acontecimientos en el país menos catalán, aunque gane (o sobre todo si gana) las generales el PP. Veremos si Camps no sigue el camino de su antecesor Zaplana hacia un ministerio o si de verdad se inicia una auténtica limpieza democrática en el otro antiguo reino, como ya hicieron los dirigentes del mismo partido en las Baleares.