Flotar en medio de la crisis
La estrategia no debatida ni consensuada de Madrid y Gasteiz no lleva a la economía a ningún puerto, si Euskadi presenta mejores cifras que España es por su tejido empresarial y sus sectores productivos, pero nada sabemos hoy de políticas que potencien esa actividad.
LA pasada semana se pudo escuchar con cierta amplitud la estrategia anticrisis que los ejecutivos socialistas al frente de la gestión en Madrid y Gasteiz están decididos a emprender. Fueron medidas anticipadas y publicitadas con antelación pero no debatidas, analizadas ni consensuadas. Han recibido el respaldo de quienes instan a acometerlas, las instituciones y socios comunitarios, aunque no la visa automática de quienes las están provocando, que son los mercados de deuda pública y los gestores de inversiones que los inflan y desinflan a su criterio. En definitiva, medidas para flotar en medio de la crisis embravecida pero no para llevar la economía a ningún puerto.
Como primera reflexión, la respuesta de los gestores públicos a la situación de crisis parece pecar en general de una orientación hacia los síntomas y dejar para más adelante la cura de la enfermedad. Cierto es que un subidón de temperatura puede llevarse la vida del paciente, pero no es menos verdad que mientras la infección siga sin ser tratada, la fiebre volverá. El exceso de gasto público y el déficit provocado por la menor recaudación requieren de un ajuste pero las medidas coyunturales para salvar la vida a la deuda en el mercado internacional no dan de sí para que al enfermo le den el alta.
No da la impresión de que, por ejemplo, el coste de las pensiones y de los salarios públicos pueda tener un efecto constate en el futuro salvo que se admita que hay que recortar la capacidad adquisitiva como criterio general y el efecto dominó apunte después a los salarios fuera del sector público. Una circunstancia que mejora el componente de la masa salarial en los costes de producción pero que no aumenta la competitividad de las empresas en su posicionamiento en mercados, en innovación de producto o en financiación de la actividad, tanto en oferta como en demanda, que son los verdaderos caballos de batalla de la empresa vasca y más aún de la española.
Entre las respuestas coyunturales no hay, en las propuestas conocidas de Zapatero y López, concreción sobre cómo actuar en este componente estructural de la crisis. La contención del gasto público y los costes laborales atiende a la misma formulación teórica que advierte de la necesaria activación de la demanda. Sin embargo, estas medidas se asumen como causantes de contracción de la misma (cuatro décimas en la previsión de PIB del Gobierno español para este año). No cabe duda de que las cuentas públicas del déficit son la antesala de la quiebra, así que lo coyuntural se vuelve prioritario por la presión en los mercados de deuda. Pero de esta crisis no nos han sacado las medidas para rescatar a quienes nos metieron en ella, el sector financiero internacional, ni, con todos los respetos, los beneficios de la gran banca española. Si Euskadi ofrece hoy cifras mejores que España -y lo son de modo contundente en los capítulos de desempleo, posicionamiento internacional de sus empresas y oferta de productos de referencia- es por su tejido empresarial y sectores productivos, que son los que mantienen viva la actividad y, con ella, el empleo, el desarrollo industrial y la generación de riqueza cuando se derrumbaron alrededor los castillos de naipes del ladrillo y el turismo.
No sabemos hoy las políticas de potenciación de esa actividad o, en su caso, de reorientación de la misma. Conocemos, sí, que hay en un cajón de Moncloa un plan de "economía sostenible" que no tiene adscritos recursos para su desarrollo -ni tecnológico, ni en materia de innovación ni de formación ya en los presupuestos vigentes, no cabe esperar que el recorte de los próximos refuerce partidas no previstas- y sabemos que el ahorro en las cuentas públicas vascas pasa por reducir presupuestos a los departamentos de Industria y Agricultura. En Euskadi hemos pasado de tener un plan interinstitucional de promoción económica a una traslación edulcorada de los recortes de Zapatero. Es una mala rueda a seguir y sólo basta mirar atrás para ver la falta de iniciativa y de proyecto estructural.
Hace algo más de un año lo prioritario era rescatar al sector financiero con dinero público porque afrontábamos otro colapso y la respuesta fue decidida, intensa y también coyuntural. Después se trataba de mantener viva la actividad económica del sector que hacía inflado la burbuja inmobiliaria y se enterraron en las aceras de todo el estado miles de millones de euros para retrasar seis meses la llegada de un millón de desempleados a las listas del Inem. Y antes, la coyuntura exigía ganar unas elecciones y los presupuestos se orientaron al cheque bebé y los célebres 400 euros deducibles según la presunción, por cierto poco de izquierda, de que el dinero se administra mejor en el bolsillo del contribuyente que en las arcas públicas.
Ahora, el punto de mira se dirige al sector público vasco. A las sociedades que gestionan o promocionan todo tipo de actividad en el entorno institucional de la Comunidad Autónoma Vasca. La lógica es la misma, la del ahorro público y la presunción de una mayor eficiencia. Esa andanada cargada de intencionalidad política desde la derecha española no se aplica en cambio al caso español. Por ahí ya pasó en su día el Partido Popular con su política de privatización de sectores clave de la economía (energía, banca, telecomunicaciones, industria naval, etc). El resultado fue una mejora de coyuntura presupuestaria a la que ya no cabe recurrir y el fortalecimiento de una estructura económica ideológicamente afín al partido. Nada que nos haya evitado o siquiera fortalecido frente a lo que ahora nos acomete.
Se agota también el tiempo para la reforma laboral. No porque los rigores de la norma estén en el origen de los problemas que sufre la economía sino porque, de nuevo, la prioridad de reactivar la contratación para reducir las listas del paro así lo exigen. También se pasó por ahí dos veces en los últimos años. Las reformas de Aznar tampoco nos han permitido eludir la zozobra. Y la que venga, previsiblemente por decreto, no apunta, al menos en lo trascendido públicamente, a lo esencial. Reducir el coste del despido y de las cotizaciones empresariales puede facilitar la contratación pero la productividad, la movilidad y la flexibilidad interna siguen siendo materia de negociación entre agentes sociales. Y todo vuelve a quedar a medio camino.
* Periodista