EXISTE una Colombia nueva que inspira más confianza? Quizá, ¿como la que el presidente Álvaro Uribe Vélez mostró en el programa Los Desayunos de TVE, el lunes 17 de mayo? ¿O existen contradicciones en esa imagen que ha dado del país suramericano su presidente? Veamos. Primero, me gustaría asentir que es indudable el esfuerzo en la política del mejoramiento de la imagen de Colombia en el exterior durante sus dos mandatos. No obstante, ha tenidos dos grandes problemas en el contexto regional, Venezuela y Ecuador, que por la complejidad de ambos no tocaré sino soslayadamente. Segundo, permítanme hacer una salvedad antes de explicar por qué es importante para un país poseer una imagen que le ayude a obtener confianza ante la comunidad internacional: las relaciones internacionales y la diplomacia antes que la ideología.

Brevemente: La historia reciente de la política internacional después de la guerra fría está matizada por relaciones que superan la ideología por sí misma y se fundamentan en ganar la confianza de la comunidad internacional desde los espacios democráticos para poder moverse con habilidad. Esto no quiere decir que la doctrina o los regímenes no se equivoquen y que pueda persistir, en muchas ocasiones, desequilibrios en los modelos que dificultan llegar a la confianza plena y a la igualdad de maniobra. Incluso en las políticas económicas hay grandes desavenencias. Por ende, es probable ahora, en época de crisis, que muchas naciones no quieran arriesgar más de lo que es posible arriesgar. Por eso es importantísimo des-blindar el proteccionismo y abrirse a relaciones más amplias y distintas en donde los mercados pueden ser el objetivo mancomunado.

Se nos había enseñado en las relaciones internacionales que los países que estaban en las orillas, en la periferia, eran peligrosos y distantes. La frontera era política e ideológica. Pero décadas después muchos de ellos se han sentado ante sus adversarios ideológicos sin ningún problema en los espacios mundiales de decisión. Aquí no hubo milagros, es probable que haya sido el resultado de la desideologización de la diplomacia y de los cambios del orden mundial, que con un esfuerzo inmenso pero necesario se haya llegado a una madurez en la política exterior de muchos países en los que no tiene sentido la polarización. En cuarto lugar, Colombia, no estuvo ni está exenta de esa dinámica de cambios y es un país que desde hace algunas décadas lucha por trascender los espacios de marginalidad a los que algunos problemas graves de estructura la han llevado. Por ejemplo, una de las más recientes marginalidades fue la llamada Certificación de drogas. Colombia quedó ante el mundo como un país con un sólo rostro: productor de drogas. De un plumazo se habían borrado otras consideraciones sobre el país. La Certificación, para quien a penas haya visto u oído la palabra, era la calificación que los EE.UU. daban a los países con mayor producción de drogas ilícitas o de tránsito de éstas y cuyos esfuerzos no convencían al gobierno de los EE.UU. en materia antidrogas. Fue coercitiva e injusta, quizá el mecanismo más inadecuado para resolver un problema que debería haberse resuelto desde la igualdad, desde la responsabilidad conjunta. Producto de esas fricciones, hoy se deben hacer enormes y costosísimos esfuerzos para luchar contra el narcotráfico desde muchos frentes.

En quinto lugar, creo que hoy la comunidad internacional le está dando la razón a Colombia al brindar los espacios de confianza que se necesitan para reflexionar sobre las drogas ilícitas porque el problema no es de un país o de los países que producen drogas, sino que es un problema mundial, a la altura del VIH. Otra discusión pendiente será el manejo de esas políticas, si son o no acertadas y en eso será necesario repensar políticas de drogas para resolver la producción, el tránsito, el consumo, los delitos conexos...

Sexto, en aquella Certificación imperaba una categoría lineal: la unilateralidad. No se calificaba el número de países que fabrican insumos químicos para producir cocaína, ni a los países en donde se lava más dinero -con un prestigioso cinismo- ni en los que se consumen más drogas ilícitas. Es decir, Colombia o los países empobrecidos, además de pobres, han sido deslegitimados y oprobiados pública e internacionalmente como enemigos y periféricos. Esa fue una de las salidas de Colombia ante la comunidad internacional en el inicio del siglo XXI: descalificada por ser productora de coca y cocaína.

Actualmente y en séptimo lugar, la VI Cumbre Unión Europea-América Latina-Caribe de 2010, en la que, entre otras alianzas, Colombia y Perú firmaran un tratado de libre comercio, TLC, con la UE y que es una oportunidad más en buscar la confianza y el entendimiento necesarios -sin ideología ni clasismos- entre los Estados. Así parece haberlo entendido el presidente Álvaro Uribe cuando volvió a ratificar la necesidad de mantener el apoyo internacional a la seguridad democrática como mecanismo de garantía en Colombia de esos acuerdos y de la cooperación en los asuntos correspondientes a la seguridad, el terrorismo, las drogas... pilares fundamentales de su gobierno desde 2002.

Por otra parte, un acercamiento a Uribe a través de esta entrevista en TVE, manifiesta sin equívocos que es un político que sabe distinguir muy bien los espacios mediáticos que se le ofrecen. Por ejemplo, hábilmente supo esquivar las preguntas de Ana Pastor sobre Chávez y sus intervenciones en la campaña política colombiana y centró su reflexión alejada de la crítica al presidente venezolano. Por el contrario, enfocó el interés de la audiencia en la necesidad de apoyar las líneas generales trazadas en la seguridad democrática y resaltó la valentía del pueblo colombiano por no dejarse arrodillar ante el terrorismo. Sorprendió que Ana Pastor no escudriñara más y preguntara a fondo sobre algunas cuestiones. Ejemplo: Chávez ha amenazado con romper las relaciones económicas con Colombia si gana el candidato que representa el proyecto de Uribe; las escuchas a los teléfonos móviles a periodistas y políticos de la oposición, las relaciones con Ecuador, y una serie de cuestiones que involucran el futuro de las dos orillas trasatlánticas. Entre ellas, se le podría haber refutado que no es cierto que en Colombia se haya desmontado el paramilitarismo, ni el narcotráfico y que las ejecuciones extrajudiciales son un hecho probado y ensombrecen la gestión en Derechos Humanos en sus mandatos. Y que no ha atacado la corrupción de políticos que le apoyaron a los que los paramilitares extraditados a los EE.UU. insisten en denunciar. La entrevista dejo a un Uribe con una tranquilidad medida, mágica, como si tuviera un libreto a seguir, palabras puestas en hora y fecha. Pero lamento contradecir que la tranquilidad del presidente Álvaro Uribe es contraria a la intranquilidad de millones de personas que hoy en Colombia no disfrutan del crecimiento de la economía de más de dos puntos del PIB que anunciaba porque están fuera del reparto de la riqueza. La tranquilidad del presidente Uribe es contraria a la intranquilidad y la inseguridad de millones de desplazados víctimas de la injusticia social y del conflicto armado y a la intranquilidad de los despojados de la tierra, de los niños babysicarios, que se mueren de hambre y de falta de oportunidades. Pero sí es la expresión de quienes están tranquilos por haber despojado de sus tierra a los legítimos dueños. Al presidente Uribe le faltó contar que perdió la oportunidad de devolver la tierra a los campesinos por la ley de restitución de tierras sancionada en su gobierno, porque siguen siendo ellos los perdedores de la seguridad democrática. Más del 70% de la población desplazada es dueña de la tierra que le han quitado. Faltó darle seguridad a la población ante el terrorismo de las FARC, el terrorismo paramilitar renovado y el terrorismo aplicado por miembros de la Fuerza Pública. Esa también es Colombia, un país con esperanza pero contradictorio.

Es evidente que el presidente Uribe ha aprobado la asignatura de relaciones internacionales, que nos ha quitado un poco de vergüenza más a los colombianos y colombianas; que nos ha devuelto ese poco de dignidad que perdimos en las presidencias de Ernesto Samper Pizano (1994-1998) y de Andrés Pastrana Arango (1998-2002). Está muy claro que ha enfrentado a las FARC e incluso en la política doméstica se debe reconocer que la gente apoya la personalidad de Uribe; un Uribe limpio aunque rueden cabezas a su lado, como las de los senadores hoy sentenciados. Pero también que la seguridad se construye con oportunidades para todas y todos, con inclusión. Y de esa asignatura le ha tocado a aprender al presidente Uribe. La seguridad no se logra mientras no se encarcele a los representantes políticos del crimen organizado. No habrá seguridad mientras perdure un discurso que excluya a millones de personas empobrecidas. Ana Pastor no midió el calibre de Uribe Vélez y perdió la oportunidad de entrevistarle de verdad porque si algo se le reconoce a Uribe es que se enfrenta con autoridad y si es necesario tiene la capacidad de dar la vuelta a las preguntas.

Quedó la imagen de un político que persuade y puede llegar a convencer pese a que se piense lo contrario de lo que él dice y hace, que está tan convencido de su certeza que resulta difícil pasar por alto su seguridad personal, que es capaz de llevar a los medios al terreno donde él juega: la moral intachable de las formas. Es audaz, indiscutiblemente. Nos enseñó una Colombia que parece afinada en otro mapa, en otra realidad y que ha mostrado estar superando los problemas, un país seguro. Ése es Uribe, un político sobresaliente en la diplomacia, en las relaciones internacionales, que lgusta a la Europa actual, a EE.UU., y a mucha gente. Sorprende más ahora que está finalizando su mandato que hablé de una Colombia, distinta, de un país emblemático, de una nación sin dolor cuando decía que "de los 200 años de independencia Colombia no ha vivido sino 47 años en paz" como si estos últimos 8 años hubieran sido parte de esa cifra. En el fondo, el presidente Uribe no es sino el espejo de lo que es Colombia: la imagen satisfecha de un país tremendamente contradictorio y pacificadamente en conflicto.