Víctimas, verdugos y el juez Garzón
LAS acciones de las asociaciones de memoria histórica, las políticas de memoria y la Ley de Memoria Histórica y el intento del juez Garzón de encausar al franquismo se han convertido en líneas convergentes para afrontar un pasado traumático. Pero, aún así, la sociedad y una parte importante de la clase política se resiste a afrontar las causas y consecuencias de la Guerra Civil. Esto me lleva a pensar en la sociedad alemana, en el juicio de Nuremberg, para entender el firme cuestionamiento que se hizo allí de la justicia, al considerar que los crímenes del nazismo fueron tan graves que era preciso inventar leyes excepcionales que permitieran condenar a aquellos hombres que condujeron a Europa a los límites más exagerados de la barbarie.
Hace tan sólo unos días salía publicada la noticia de que Martin Sandberger, coronel de las SS, y miembro del inefable Einsatzgruppen A, en el frente del Este, que lideró masacres contra la indefensa población civil, acabó muriendo plácidamente en la cama. Otros muchos criminales de guerra nazis, a los que se les ha seguido el rastro a lo largo de los años, fueron escapando de la justicia y fueron víctimas exclusivas de la edad. Hasta el famoso Adolf Eichman tuvo que ser raptado por el Mosad para ser juzgado por orquestar el exterminio del pueblo judío. En cambio, otro de sus afamados colaboradores, Alois Brunner, consiguió refugiarse en Siria. Todos estos hechos que nos parecen tan injustos no evitan considerar que Alemania ha sabido asumir a lo largo de los años, costosa y dolorosamente, su memoria.
El nazismo ha significado una de las páginas más horrendas de su Historia y no ha podido sustraerse de la conmoción social que representa para una sociedad. Pero el peso y lastre de esta memoria no es fácil de sobrellevar y aún hay enormes lagunas que se plantean sobre la actuación y colaboración de buena parte de la sociedad alemana en aquellos crímenes. Sin embargo, aunque tantos criminales acabaron por huir y escapar de la justicia, la condena de sus actos es taxativa, no hay género de dudas sobre sus actos ni la responsabilidad asumida por Alemania.
En España, todavía los crímenes de la represión franquista, que algunos historiadores han denominado políticas de exterminio o genocidio político, se han endulzado y acallado. Todos fuimos culpables y, por lo tanto, es mejor no remover el ayer, ha sido una idea, una percepción de moneda corriente. Cabe pensar, críticamente, que las políticas de memoria activadas por la izquierda han emergido al calor de sus derrotas electorales en los años 90 y la fortaleza de la derecha. Pero eso no evita pensar en la necesidad que tiene España no sólo de hacer un recuento de víctimas mortales de la guerra, ya que hubo represión y violencia en ambas retaguardias, sino en codificar una memoria integral de aquella.
La Ley de Amnistía de 1977 no puede ser el marco que encubra estos hechos como si fuesen tan dolorosos que no pudiésemos afrontarlos directamente como sociedad cívica. No es posible repetirnos pero sí necesario abordar cómo una sociedad acabó por convulsionarse de tal forma hasta cometer tales actos de terror. No se trata de venganza, de instrumentalizar la represión a favor del electoralismo político sino de entender lo ocurrido, de saber cómo fue posible tamaño acto de sin razón.
Explicar cómo germinó el miedo, el terror, la duda y, sobre todo, el odio exacerbado que derivó en que miles de personas murieran víctimas de la venganza, hombres, mujeres, niños, sacerdotes, concejales, soldados, militares, políticos... es hoy tan necesario como lo fue entonces. Indudablemente, sabemos que la represión fue más dura y continuada en el bando nacional y que esa represión fue negada y ocultada a la opinión pública durante muchas décadas, acallada por la dictadura con años de coacción y temor que se impuso a través de los campos de concentración o en las saturadas cárceles del régimen.
Es importante juzgar y analizar todo esto. Una parte de este trabajo lo desarrolla la historiografía, que cada vez desvela un poco más de esa época oscura. Otra, las asociaciones. Pero sería necesario que la reconociera la sociedad, la admita, la sienta y haga suya, aunque los españoles de hoy, como le ocurre a la sociedad alemana, no sean los mismos que los de antaño. Por eso, supuestamente, debería ser más fácil de conciliar. Claro que las políticas de la memoria tienen el defecto de polarizarse, ya que fue la izquierda la que perdió la guerra, la que acabó siendo más golpeada y asesinada, la que terminó en el exilio. Pero eso no evita el doble esfuerzo de la izquierda y la derecha de gestionar una memoria comprensiva. Necesitamos que los españoles conozcan la naturaleza de aquella represión, que se extraigan lecciones de ella para valorar el modo en el que los odios y miedos sociales pueden derivar en actos tan terribles contra conciudadanos. Y ahí es donde debemos ahondar.
No se puede correr un tupido velo sobre la Guerra civil o la Segunda República porque estaríamos negando a la Historia y su lugar en nuestra conciencia y, por lo tanto, reconociendo que no podemos asumir el pasado, aún cuando la democracia esté consolidada. La impunidad con la que el régimen salió de la Transición no debe perpetuarse en el tiempo. Una cosa es que los criminales individualmente hayan acabado muriendo con placidez, creyendo falazmente que salvaron a la patria en peligro eliminando a sus enemigos, y otra muy distinta revelar la verdad. Hay que descodificar esa memoria porque el hecho de que la Falange pudiera en principio acusar a Garzón de prevaricación supone una afrenta a la conciencia de los familiares que padecieron el llamado terror azul.
Los crímenes sólo pueden ya, a estas alturas, ser restituidos a través de la memoria. Es, por ello, tan importante que seamos capaces de juzgar el franquismo con su rencor y sus crímenes, como una memoria que recupere el valor y la dignidad de ese pasado.