Que los héroes no existen y que el cine miente son dos certezas que coinciden en La infiltrada, película dirigida por Arantxa Echevarria y en cuya producción, extrañamente, participa ETB, sobre el supuesto heroísmo de Elena Tejada al convertirse en topo de la policía nacional dentro de un comando de ETA y causar estragos a la organización terrorista.

¿Qué fascinación produce en el espectador el eslogan “basada en hechos reales” que nadie se molesta en escrutar? En este género borroso la ficción corrompe la realidad. ¿Quién nos asegura que ese personaje existió y que los hechos fueron como nos cuentan? Después de tantas patrañas hay que impugnar la ambigüedad de las narrativas históricas, fundadas sobre la credulidad de la gente y su patológica ansiedad por los mitos.

Credibilidad

Si a la ingenuidad popular le añadimos la instrumentalización que los poderes hicieron y hacen del cine, las series y otras creaciones para enaltecer sus actividades y ocultar sus crímenes, tenemos sobrados motivos para recusar su credibilidad. Como las sagas del tipo Jason Bourne, La infiltrada es una superchería que incurre en apología policial y lavado del terrorismo de Estado. Hoy, que tanto se habla de bulos, deberíamos recordar que el cine –cierto cine– ha sido el más eficaz productor de bulos, desde Robin Hood al Cid, de Atila a Jack el destripador.

Antes que la dudosa infiltrada tuvimos al fantasmón de El lobo, alias de Mikel Lejarza y, por si no fuera bastante, ahí están los fabuladores del Memorial de Víctimas de Vitoria-Gasteiz sesgando y segando a favor del relato español y culpabilizando a Euskadi. No, no hay héroes que valgan, salvo los valientes anónimos que viven y mueren por sus hijos y su destino y cuyo sacrificio nadie conoce. El cine y la tele consideran aburrida la verdad.