A la guerra del relato (llámase así al choque de fábulas particulares sobre un asunto histórico) le ha salido un último episodio en Salvados a propósito de los escoltas privados (3.000, afirma Gonzo, una cifra exagerada) que vinieron a nuestro país entre el año 2000 y el final de ETA.

Cuando creíamos superada esa época rancia, La Sexta se monta, no sin cierta pretensión de polémica, una narrativa que empieza patinando en el título, Txakurras (sic), falso, porque ese insulto, txakurrak, lo dedicaban ETA y la izquierda abertzale a la policía española y no a los guardas contratados para proteger a los amenazados por la organización terrorista. El programa aborda la sordidez de aquel tiempo con los escoltas que llegaron a nuestros pueblos y ciudades carentes de formación técnica y mental, pasando del arado a la pistola y de los garbanzos al txuletón con los mejores sueldos, como mercenarios. No hubo heroísmo ni grandeza y apenas sabemos si fueron útiles o solo parte del espectáculo político. Alguno reconoce explícitamente haber deseado lo mismo que todos ellos: que ETA no se hubiera disuelto para mantener su cochina paga. Fueron sombra, cocheros y a menudo siervos de sus protegidos y supieron de la miseria de no pocos cargos públicos. Llegaron, se marcharon y aquí paz y después olvido.

Gorka Landaburu

El objetivo de Salvados era el blanqueamiento de los escoltas y no lo ha conseguido, más bien salen trasquilados. La broma alcanza su éxtasis con el testimonio del periodista vasco Gorka Landaburu, tan buena persona como sectario en su relato favorable al Estado español sobre el conflicto antiterrorista. Pedir un “reconocimiento nacional” a los guardianes y decir que salvaron 1.500 vidas es tan hiperbólico que mueve a la carcajada. Con lo sencillo que es dejar de vivir del cuento.