Uno a favor, siete en contra. Semejante diferencia de goles obliga a reconocer que el Athletic no acertó a competir como cabía esperar en la semifinal de Europa League. Después de colarse en el cuadro de honor gracias a una trayectoria envidiable, impropia de un novato en el ámbito internacional, pinchó en los 180 minutos que otorgaban el acceso al partido cumbre del torneo, que para más inri acogerá San Mamés. Duele caer así, con estrépito, pero duele especialmente porque se escurrió una oportunidad única: enfrente, un Manchester United que será rico y poseerá una amplísima nómina de internacionales, pero que como equipo deja mucho que desear. No es mejor que este Athletic, que ha acreditado sobradamente sus capacidades para actuar, funcionar, atacar y defender colectivamente, como un bloque.

Se sabía de antemano qué clase de rival es el Manchester United. Si aún persistía alguna duda al respecto, su poca sustancia se confirmó en los dos partidos. Basta con reparar en la puesta en escena que ofreció aquí y allí: salió a verlas venir, a especular, a jugar a remolque de lo que propusiera el Athletic. Con un 0-0 y, ya en lo que solo cabe interpretar como el colmo de la indolencia, con la eliminatoria decidida a su favor. Una actitud sintomática que denota desconfianza, inseguridad, temor, en suma, fragilidad. Sin embargo, salió triunfante de ambas ocasiones.

El problema radicó en que realmente el Athletic solo dio la talla en Old Trafford, cuando su suerte estaba echada. Curiosamente respondió el día que se presentó con una formación disminuida, de un potencial alejado de su propuesta ideal y, además, a domicilio. En casa, donde empleó un once más parecido al considerado de gala, no se limitó a malgastar las opciones de que dispuso al principio para inclinar la ronda de su lado sin ni siquiera jugar bien, sino que se derrumbó en cuanto recibió el primer golpe. No supo rehacerse, gestionar con criterio el final del primer tiempo, permitiendo que el Manchester se cebase con dos goles más y un remate a la madera.

Entonces, se cargaron las tintas en el penalti que conllevó la roja a Vivian, dos adversidades objetivas que un conjunto tan solvente en la contención debería haber evitado. Este jueves, Valverde exteriorizaba su disgusto aludiendo a que el equipo no supo “reponerse” al gol del empate marcado por Mount. Se comprende la reacción del técnico, incluso la negatividad implícita al lamentar que su equipo extraviase la firmeza. “Ahí hemos estado fatal”, llegó a señalar luego en referencia al desconcierto de los veinte últimos minutos. Pero después de la proeza que supone dominar a domicilio dos terceras partes del encuentro más ingrato de la temporada y pelear por una remontada imposible con una delantera totalmente circunstancial, lo que sucedió en esa recta final resulta comprensible, normal. No cabía pedir nada más a los futbolistas.

En efecto, el Athletic podía haber hecho mucho más en esta ronda. Totalmente de acuerdo con la apreciación de Valverde; sin embargo, tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras. Acabar siendo uno de los cuatro semifinalistas en un torneo que arrancó con 36 participantes y compaginarlo con un gran rendimiento en la liga, le otorga una nota altísima.

Convertir el sobresaliente en matrícula de honor se ha revelado inviable a causa del calendario, excesivo a todas luces y un auténtico lastre para una plantilla desacostumbrada a desenvolverse con márgenes de tres o cuatro días entre cita y cita. El bajón observado en las prestaciones de una serie de hombres, varios de los considerados indiscutibles, o la colección de partes médicos a medida que los meses se iban consumiendo no son precisamente fruto de la casualidad. Y esos inconvenientes salieron a relucir en su versión más obvia, más dañina, justo con el Manchester United delante.