Aunque vayan ligados, pues lo uno se puede interpretar como la consecuencia de lo otro, tanto el resultado obtenido en Roma como las sensaciones que desprendió el Athletic en términos generales, invitan a realizar una lectura en clave positiva del estreno en la Europa League. La valoración de cada cual irá en función de las expectativas que había depositado, pero existirá unanimidad a la hora de reconocer que el equipo supo responder al reto y regresó a casa con la cabeza bien alta.
Salir vivo del Olímpico con una formación plagada de novatos en el concierto internacional no pasaba de ser, además de un deseo íntimo, una aspiración legítima y, sin embargo, cargada de incertidumbre. Más allá del signo del marcador final, el verdadero interés del partido estribaba en conocer la desenvoltura de un grupo sin referencias en la Europa League. Por mucho que todavía pertenezcan a la plantilla varios de los supervivientes de la anterior participación en el torneo, las seis temporadas transcurridas desde entonces asomaban como una pega.
Si se añade el riesgo mental latente que el exceso de responsabilidad o de respeto que esta clase de compromisos suele generar en los protagonistas, dudar de su capacidad se antojaba legítimo. Así pues, la gran incógnita que revoloteaba sobre el Athletic el jueves versaba sobre la capacidad de los jugadores para asimilar la trascendencia del momento y expresarse con naturalidad, intentando llevar a cabo aquello que les hace reconocibles y competitivos.
El hecho de que saltarán al césped con una disposición extremadamente agresiva, deparó una puesta en escena alentadora. El problema fue que sostener la presión tan alta y no rentabilizarla, que fue lo que ocurrió, exige un enorme desgaste y era lógico que la Roma despertase en algún momento. Entonces sí se notaron los nervios, decayó la confianza, el bloque reculó y se manejó como hacen los equipos pequeños, quitándose la pelota de encima sin remilgos y dando suministro gratis al adversario para que intimidase con un dominio constante.
Solo fue un rato de debilidad, suficiente para transformar la decoración. Ahí se comprobó que en Europa los lapsus se pagan caro, por muy pasajeros que sean. Después, vino la reacción, un esfuerzo colectivo de superación que acredita el nivel de los hombres de Valverde. Se podrá alegar que su fútbol careció de profundidad, que las ideas escasearon, pero a cambio prevaleció el empeño y, en última instancia, surgió el oportunismo, la pegada, virtud que ha servido para remontar el vuelo en el discurrir de las jornadas de liga. Neutralizar la ventaja de una Roma a la defensiva, la máxima favorita del grupo y en su casa, refrenda el crédito de este Athletic.
No era, ni por asomo, la cita más asequible para comenzar la aventura internacional. Si le hubiesen dado a elegir, con los mismos rivales del grupo, el primer descarte del Athletic hubiese sido este desplazamiento. Pero decide el sorteo. Ahora, visto lo visto, el cruce maldito se ha de tomar como una bendición. Es imposible una piedra de toque mejor que esta para quitarse de encima complejos, temores, interrogantes.
Eso sí, cuidado con venirse arriba, costumbre muy arraigada en un entorno proclive a la euforia. Además, por sentido común y pragmatismo, el Athletic debe poner más huevos en la cesta del campeonato liguero que en la Europa League. Toca centrarse ya mismo en lo de mañana: el Sevilla visita San Mamés.