Los sentimientos desbordados son el factor diferencial de todo gran evento futbolístico. No es fácil asimilar la paliza emocional a que somete al público, de ahí que las risas se alternen, confundan y fusionen con las lágrimas. Por la intensidad de la vivencia, una especie de montaña rusa persiguiendo una pelota, este tipo de partidos quedan grabados. Pasarán los años y nadie que viese el Athletic-Barcelona del pasado miércoles dirá que lo ha olvidado. Al contrario, se recreará interiormente o lo compartirá con la gente cercana mientras refresca otras victorias de similar calibre almacenadas en la memoria. Unas cuantas, la verdad, tratándose del Athletic.

Se intuía algo así. Era una posibilidad, algo factible que el equipo encandilase aferrado a la identidad que la tradición le adjudica y, finalmente, alzase los brazos. Pero nunca se sabe a ciencia cierta por dónde irán los tiros, de modo que también convenía contemplar un margen para el disgusto. Tampoco sería la primera vez que el resultado se niega en redondo a compensar el esfuerzo. Y enfrente había un consumado especialista en amargar aventuras coperas.

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Las imágenes del Athletic-Barcelona de Copa en San Mamés: así fue el partido de cuartos Borja Guerrero

A esta hora, la prevención que rebajaba, siquiera levemente, el natural estado efervescente previo al encuentro, parecerá algo inapropiado, sin fundamento. Se podrá pensar que la exhibición de combatividad de los jugadores no merecía que se pusiera en duda lo que terminó ocurriendo. Sin embargo, un Barcelona inferior se mire como se mire, por más que se bucee en el cómputo global de cuanto se coció bajo los focos de San Mamés, tuvo sus opciones porque el juego no necesariamente respeta la lógica. Xavi, comprensivo, apelaba a los 16 años de Yamal, pero el angelito estuvo en un tris de desequilibrar, él solito, la eliminatoria y además llevarse el balón a su casa.

El Athletic generó situaciones de sobra para liquidar el pulso, en los noventa minutos y después, por lo que fijarse en las aisladas llegadas catalanas suena hasta improcedente. Con ello no se cuestiona la legitimidad del desenlace, manifiesta, apabullante a medida que avanzaba el cronómetro. No obstante, el despliegue de los hombres de Valverde, con ser encomiable, no impidió que el Barcelona se mantuviese dentro de la eliminatoria al menos 107 minutos. Esta reflexión pretende ser un reconocimiento al Athletic, la constatación del grado de dificultad objetivo que entrañaba la empresa.

¿Quién quieres que sea el rival de la semifinal?

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Librado el obstáculo, tras el reparto de medallas, tantas como para agotar existencias, enseguida se puso en valor la vertiente estadística del éxito: quinta semifinal consecutiva. Obviamente, el dato algo indica. Casualidad no será. Pero es obligado establecer una diferenciación entre la recién conseguida y las anteriores: sin punto de comparación a partir de los síntomas que en la actualidad emite el equipo. Y no se olvida que dos de esos cuatro logros significaron el acceso a una final.

Aquellos proyectos no suscitaban confianza. El equipo forzó y lo pagó porque no estaba asentado, carecía de regularidad, iba muy corto de pegada. Hablamos de planificaciones y directrices de tres entrenadores: Gaizka Garitano, a quien la pandemia hurtó la posibilidad de disputar el título, Marcelino García y Valverde.

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Lo expuesto no es opinativo, sino un encadenado de realidades. Se aprecia en el recorrido que tuvo el Athletic en la liga. En orden cronológico, estos fueron los puestos y la puntuación a la conclusión de las ediciones 2019-20, 20-21, 21-22 y la última, 22-23: undécimo con 51; décimo con 46; octavo con 55 y, de nuevo, octavo con 51. Bueno, pues celebradas 21 jornadas de la vigente liga, el Athletic es quinto con 41 puntos. Ni color.

Desde agosto asistimos a una película que aspira a recibir premio en varios apartados. A saber: dirección, guion adaptado, actores protagonistas, secundarios y revelación. Y banda sonora, por qué no, al fin y al cabo, este Athletic ha dado con la tecla, su armónico comportamiento le permite cortar el viento y así mina la resistencia de sus oponentes. Bromas aparte, hay razones contrastadas para concederle el crédito que distingue a los campeones. De Copa, se entiende. Cumplirá o no la expectativa, pero en condiciones está. Le ampara la inercia de su fútbol y esa convicción que frente al Barcelona le elevó a los altares. Con paliza emocional incluida. Sonrisas y lágrimas.