AL igual que en otras disciplinas deportivas que se practican en equipo, el fútbol lo admite casi todo cuando de ubicar las piezas en el terreno de juego se trata. Salvo en la portería, donde no existe margen posible, la organización de las diez demarcaciones restantes se presta a infinitas variantes. El número de elementos por línea, las características de cada uno de los mismos, así como la forma de relacionarse en función del lugar y las obligaciones que se les asignan, son todas cuestiones que quedan a criterio del responsable de diseñar la alineación.

De todo ello sale una colección de dibujos, maneras de expresar la personalidad de los equipos, aunque con idéntico molde sea posible desplegar propuestas futbolísticas sin apenas parecido entre sí. En el fondo, todo depende del perfil de los protagonistas, de su capacidad para amoldarse a aquello que el entrenador estima conveniente. El fútbol es sinónimo de dinamismo, movilidad, un juego muy moldeable. En realidad, la antítesis del futbolín, donde los jugadores de campo están sujetos en tres barras dispuestas en paralelo y punto.

El Athletic actual utiliza un sistema de cuatro defensas (dos laterales y dos centrales), tres centrocampistas, dos atacantes abiertos y un delantero en la franja central. A esta disposición, como se ha apuntado, cabe darle un cariz más o menos ofensivo, que básicamente establece la identidad del trío escogido para la zona ancha. Sin embargo, se comprueba que esta elección influye más en el balance defensivo que en la producción goleadora.

Y en el Athletic, el aspecto que reclama una mejora es el gol propio. No es que marque poco (a día de hoy figura como el quinto conjunto más goleador de la categoría; también es el quinto que menos recibe), ocurre que rentabiliza insuficientemente las acciones en el último tercio del terreno. Por algo la sensación de que le falta puntería o carece de acierto planea constantemente en sus encuentros.

A modo de descripción de su rendimiento valdría lo siguiente: concede poco en su área; en la ajena, perdona en exceso. Una de las razones de esto último, objetivamente la principal, sería que la plantilla no cuenta con rematadores acreditados, si se exceptúa a Raúl García, un todoterreno con estadísticas realizadoras muy inferiores a las de hace unas cuantas campañas y un rol secundario por edad.

Asimismo, se echa de menos un ariete que aporte una cifra acorde a lo que se espera del titular de dicha posición en un equipo con aspiraciones europeas. Desde el adiós de Aduriz se añora un relevo de garantías. Las diversas alternativas experimentadas no han cuajado. En la presente campaña, Valverde ha probado con cuatro jugadores. Iñaki Williams ha salido como delantero centro en 17 partidos, Raúl García en cuatro y Villalibre en dos.

El cuadro se completa con Guruzeta, cuyo protagonismo se ha disparado desde finales de febrero. Lo curioso de su caso es que únicamente ha firmado un gol en sus últimas ocho titularidades y que la mitad de los seis que acumula en su cuenta los marcó saltando del banquillo en el primer tramo de la competición. El hecho de instalarse en el once no le ha valido para mostrarse más resolutivo, pero en él ha encontrado el técnico el complemento que buscaba para ordenar la parte alta del bloque.

La consecuencia más notable sería el desplazamiento de Iñaki Williams a una banda, lo que le libera de una responsabilidad que nunca en su ya dilatada carrera ha podido asumir con naturalidad. El motivo, al margen de su pobre aportación goleadora como ariete, salta a la vista: no reúne las características adecuadas para la posición.

Tampoco Guruzeta es un ariete específico, sino más bien un segundo delantero que a falta de una referencia definida junto a él despliega otros recursos que no son de área. Posee visión y tacto para asociarse, técnicamente se las apaña para armar el remate, pero su misión está enfocada a la distracción de los centrales, a abrir huecos para otros, aunque ello suponga alejarse de la zona donde se cuece el gol. Resulta evidente que, como cualquiera, ha agradecido gozar de continuidad. Incluso sin gol, su aportación empieza a dejarse sentir.