Varios serían los argumentos y resortes que han impulsado el regreso de Ander Herrera al Athletic ocho años después. Cuando marchó era un futbolista con una proyección que certificaría el simple interés de una entidad como el Manchester United y la posterior operación que le condujo al Paris Saint Germain, otro club de renombre en el continente. El bagaje acumulado en estas temporadas se convierte ahora en una razón de peso para justificar desde el punto de vista deportivo el movimiento de la directiva de Jon Uriarte, que a su vez consuma un golpe de efecto oportuno hallándose todavía en plena maniobra de aterrizaje en Ibaigane y en Lezama.

Herrera no es cualquier jugador para el aficionado. La mayoría de los que acudieron a su presentación en San Mamés, por su juventud, quizá ni tuvieran la ocasión de verle en directo en su anterior etapa como rojiblanco, pero es incuestionable que al cabo de aquellos tres cursos dejó un poso gracias a sus cualidades sobre la hierba. Ese recuerdo en clave positiva favorece una receptividad que muy probablemente se exprese en breve, cuando esté en condiciones de ser alineado.

En un club donde escasean esta clase de noticias por sus dificultades para pescar en el mercado, la captación de Herrera pretende por tanto, además de apuntalar la plantilla con una pieza contrastada al más alto nivel, estimular al entorno. Es desde esta óptica que los dirigentes se anotan un tanto, al menos de entrada. Pero acaso quien más beneficiado salga sea el entrenador.

No en vano, si Herrera ha vuelto es porque se trata de una petición expresa de Valverde y a día de hoy es él quien marca la pauta en todo lo que acontece en torno al primer equipo. Ante la ausencia de una figura que ocupe la cúspide del organigrama deportivo y desempeñe las funciones propias de dicho cargo, la opinión y los deseos de Valverde adquieren un valor capital que, por supuesto, Uriarte atiende de buen grado.

Dicho esto y al margen de la aportación que Herrera vaya a realizar, como todavía ni siquiera se ha estrenado y será más adelante cuando deba calibrarse, es momento de profundizar en determinados aspectos que tampoco pueden obviarse. Más allá de los detalles económicos del asunto, el Athletic ha ido a buscar a un futbolista que acaba de cumplir 33 años, lo que en buena lógica le ubica en la cuesta debajo de su trayectoria. Sus mejores servicios ya los ha prestado, lo cual en principio no quita para que pueda ser útil. Tenemos casos de sobra que avalarían dicha posibilidad, fuera y dentro del equipo.

No, la edad no es lo único que importa, pero la apuesta por Herrera se produce en un contexto curioso, pues se agrega a las renovaciones recientes de hasta cinco hombres que han ingresado en la treintena. Dato que choca un tanto en el seno de una institución diseñada para nutrirse del producto de su cantera, pero muy real. Hace poco, Valverde comentaba que los veteranos no cierran el paso a los jóvenes, pues estos han de darse a valer para hacerse sitio en las alineaciones. Así enunciado suena muy bien, como una forma de espolear a los chavales, pero es un mensaje que ya escuchamos a sus antecesores en el cargo y hemos asistido a un reparto de minutos que en general priorizaba las opciones de los maduros en detrimento de los meritorios.

Con Herrera, el Athletic adquiere a un centrocampista que se antoja competencia directa de gente como Sancet, Zarraga o Vencedor, gente con proyección que necesita partidos como el comer. No hay una vía alternativa para confirmar o desmentir las capacidades en la elite de quienes representan el futuro y quizá el presente del Athletic. A estas alturas y por razones evidentes, cuesta creer que cualquiera de los citados vaya a partir del mismo punto de salida que Herrera para opositar a una plaza en el once.

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San Mamés ruge con Ander Herrera Pablo Viñas