PASA a menudo y es algo que se está convirtiendo en costumbre. Cuando la oportunidad está ahí, cuando se puede dar un salto hacia delante o el premio está al alcance, sorprendentemente se da un paso atrás. En cuanto pasa, muchas veces, empezamos a buscar culpables. Desde la calidad de los jugadores a la capacidad de los entrenadores o la gestión de los dirigentes. Las culpas se podrán repartir. No sé exactamente en qué medida pero aquí no se libra ni el apuntador, afición incluida.

El Athletic ha sufrido en los últimos años todos los posibles ataques a la línea de flotación de su filosofía. La Ley Bosman, el dinero de la televisión y la globalización han condicionado el margen de maniobra de un club que ha pasado de poder fichar a intentar mantener el talento a base de incrementar sustancialmente el coste de una plantilla que se nutre cada vez más única y exclusivamente de Lezama.

La nevera cada vez tiene menos producto y la elección del menú empieza a ser demasiado fácil. El problema no es quedarse sin comer, afortunadamente eso no pasa. Lo triste es que con el paso del tiempo, Copa aparte, comemos casi siempre lo mismo y en los días señalados no proponemos algo especial. Este problema, porque lo es para muchos, me sorprende que frustre al aficionado.

Entender el momento y el objetivo del equipo es lo primero que debemos hacer. Volvemos a lo de la expectativa y la felicidad. Estar en la lucha por Europa y en la cuarta semifinal seguida es un logro. Seremos más objetivos cuando dejemos de pensar en el dinero. Eso no nos va a llevar a ningún sitio. Muchas veces el problema reside en comprar motos que nos venden sin fundamento alguno. El Athletic no puede vivir de eslóganes, esto va de realidad.