Estaba en la redacción de Bilbao, coordinando la cobertura de la Lotería de Navidad junto a mis compañeras, cuando nos enteramos que el tercer premio había caído en Igorre. En mi pueblo.
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Salté de la silla de la emoción sin saber cuánto era. No sabía ni si yo podía tener algo del premio, pero intuía que aquello era bueno para los míos y para muchos de mis vecinos y vecinas. La certeza llegó minutos después con la llamada de una amiga. El número lo han repartido los de rugby y “lo tenemos”, me dijo. Participaciones de cinco euros. Como tantas otras personas del valle. Todas ligadas al Rugby Arratia, un club de los de siempre. En esta zona no estamos acostumbrados a lluvias de millones.
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Mientras asimilaba la noticia, fueron mis propias compañeras quienes me animaron a salir a cubrirla. Y tenían razón. Para algo bueno que pasa, ¿cómo no iba a estar allí? También esto es periodismo y del bueno.
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La suerte se nota en el pueblo
El premio ha estado muy repartido: gente joven, personas vinculadas al deporte, a un club que es punto de encuentro y de identidad. Cuando la suerte cae en un pueblo, se nota. Se nota en el comercio, en la hostelería, en el ánimo colectivo. No cambia la vida de golpe, pero la hace un poco más fácil.
Al Rugby Arratia siempre se le ha definido con un refrán antiguo: Arratiako Zekorrak, txikiak baina gogorrak. Pequeños, pero duros. Quizá por eso la suerte también ha sabido esta vez dónde tenía que caer. Más allá de números y premios, me quedo con la sensación de que la alegría es compartida. Y en un pueblo, eso no es poca cosa.