Aunque no sea políticamente correcto utilizar la expresión en estos días en los que se recuerda a las víctimas de la devastadora dana, en la política española se ve cada vez a más gente de puntillas, haciendo equilibrios de ballet sur les pointes poco estéticos a veces y sin moverse del sitio mientras el agua ya les moja la barbilla. Ahí el maestro de maestros es Pedro Sánchez, indistinguible de la Paulova en la disciplina; pero Alberto Núñez Feijóo también tiene lo suyo con la presión electoral del oleaje de Vox, y en clave interna con el rock and roll de Isabel Díaz Ayuso y –muy pegado a los homenajes de estos días– el errante cadáver político de Carlos Mazón, del que solo hay dos certezas: no estaba donde debía estar el día de la dana y se enreda con contumacia cuando intenta explicar qué estaba haciendo, algo que desde hace un año, ante la magnitud de la tragedia, solo tiene la importancia de confirmar que no está a la altura política y moral del cargo. Asoma del mismo modo la cabeza de Yolanda Díaz, empeñada en poner en juego propuestas de corte social en una negociación presupuestaria que se confirma no se va a jugar en un ejercicio de supervivencia de su proyecto político. Por último se ve justo por encima del agua el tupé irreverente de Carles Puigdemont, a cuyo partido le acosa por la derecha Aliança Catalana y le supera por el otro flanco el PSC, y que se ha marcado un cruzaito a lo Chikilicuatre en la cara de Sánchez para evitar desaparecer. Tras este repaso, cabe preguntarse si esta afinado lo de ligar la política con la corrección o hay que buscar en otro lado.