En tiempos en los que lo digital parece dominarlo todo, cuando la inteligencia artificial y las pantallas ocupan gran parte de nuestras vidas, hay momentos en los que Bilbao recuerda quién es. Uno de ellos se celebra cada 11 de octubre, día de la Amatxu de Begoña, cuando las calles del Casco Viejo se llenan de txikiteros, canciones, txakoli y devoción. Es el Txikitero Eguna, una de esas tradiciones que no entienden de edades ni modas. Un año más, la multitud se congregó frente al edificio de La Bolsa. Gracias a Txikitero Artean (conglomerado de asociaciones), con el apoyo del Ayuntamiento de Bilbao, esta celebración sigue viva y cada vez más fuerte. Resulta gratificante ver cómo las nuevas generaciones se suman con entusiasmo, demostrando que las tradiciones no son cosa del pasado, sino parte esencial de lo que somos. Jóvenes y mayores compartiendo canciones, brindis y emoción: esa mezcla es la que da sentido a la identidad bilbaina. Me quedo con una imagen que lo resume todo: la cara de sorpresa de un mochilero argentino que, por casualidad, se topó con la ofrenda. Sus ojos reflejaban asombro y alegría. Porque incluso para quien llega de fuera, esta tradición tiene algo universal: la capacidad de unir, de emocionar y de hacernos sentir parte de algo más grande. En una época en la que los algoritmos dictan lo que vemos y escuchamos, resulta reconfortante comprobar que aún hay espacio para las voces reales, para los coros improvisados en las calles, para las tradiciones que nos recuerdan de dónde venimos.