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MESA DE REDACCIÓN

Asier Diez Mon

Las alas del tiempo

El pasado sábado en apenas tres horas dos personas utilizaron la misma expresión hablando de mis hijos, el célebre cómo pasa el tiempo. Primero fue el aitite de las criaturas, que de esto sabe un rato porque también ha visto cómo sus propios hijos se hacían mayores y luego padres. Aún así vuelve a sentir esa sensación perturbadora que genera el avance constante de las agujas del reloj al ver a su nieto mayor en el último peldaño antes de la Universidad. Después fue Maite, el alma del Batzoki de Miribilla, quien, apurando con un café en la mano la calma antes de enfrentarse a la tempestad del vermú, nos preguntó dónde habíamos dejado a esos niños que los viernes por la tarde pululaban por el bar mientras la cuadrilla de padres y madres del cole nos entregábamos a la causa del conbebio. De inmediato se dio cuenta de que sus órbitas ya solo coinciden puntualmente con las nuestras y al comentar la edad de los chavales aludió también a la volatilidad del tiempo. Sorprende la velocidad a la que se queman etapas en la infancia y como arrastra a los allegados, que, en general, han superado esa frontera en la que la rutina del día a día debería hacer que el tiempo pase más despacio. Pero no, tiene alas, vuela y nos lleva a un futuro desconocido y eso es lo que muchas veces nos recuerda que estamos vivos, que todavía nos queda camino por recorrer de la mano de las expectativas de nuestros hijos y nietos.