No es la primera vez que lo veo en Bilbao, pero no por ello deja de impresionarme. Cuarenta grados a la sombra y una joven – según parece por su mirada– se pasea por la Gran Vía bilbaina vistiendo un burka que oculta todo su cuerpo, incluido el rostro, y que sólo le permite ver a través de una rejilla de malla. Había visto a mujeres vistiendo burkas en algunos países como Jordania pero encontrármelas en el metro o en el pleno centro de mi ciudad me resulta un auténtico shock. Desde que las vi por primera vez, no he dejado de preguntarme cómo viven estas mujeres musulmanas que ya no tienen cara y que se han convertido en fantasmas azules que se pasean por las calles. Como poco, mirar a través de una rejilla hace que el campo visual se reduzca, los objetos pierdan su contorno y el entorno borroso provoque inseguridad. Precisamente este verano la ONU ha hecho un llamamiento para acabar con estas situaciones y ha instado a la comunidad internacional a no guardar silencio ni mirar hacia otro lado.. Hace solo cuatro años, una mujer podía presentarse a elecciones presidenciales en Afganistán, ir a la universidad o practicar deportes. Ahora, con el Gobierno talibán, esos logros se han desvanecido, incluso les han prohibido emitir el sonido de su voz en público al considerarlo una “violación de la modestia”. No tienen voz ni rostro, simplemente, son invisibles.
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