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Ha sido arrancar el año oficioso, señalado siempre por el inicio de la Liga y el desembolso escolar, que de súbito todos esos grupos de WhatsApp y conocidos que te atosigan con sus cuitas y memes a cualquier hora, y que dormitaban cual bella/os durmientes, han empezado a salir del letargo y retomar el pulso. Mira que reinaba la paz que no acierto a comprender la necesidad de su resurrección, en tanto que el mundo discurre por los mismos derroteros que cuando sintieron el momento de ponerse en off. Seguimos asistiendo pasmados e inmóviles ante un genocidio retransmitido en directo hasta que no haya periodistas (vivos) dispuestos a narrarlo; Trump se ha buscado un nuevo entretenimiento con su Hundir la flota particular, juego al que se apunta la ultraderecha contra aquellos para quien la vida es la distancia entre la barbarie y la orilla; la política estatal zigzaguea entre si Sánchez necesita inyectarse bótox en el rostro y el escapismo de un líder opositor que solo aguarda sentado a hacerse con el botín... Y, ¡sorpresa!, un año después de su investidura, Illa hizo una visita relámpago para amnistiar a Puigdemont, más por necesidades del guión que por sólidas convicciones. Entenderán que llegue septiembre y a uno le entren deseos irrefrenables de poner tierra de por medio hacia algún rincón insondable del mapa donde no haya cobertura. Y no les prometo que la recupere a la vuelta.

isantamaria@deia.eus