En el cartel colocado junto a la carnicería del barrio se anuncia sin grandes alharacas que el local estará cerrado a partir del 4 de agusto. Se ve que el nuevo arrendatario del local, el segundo desde que se jubiló la segunda generación de propietarios, coge con fuerza el periodo estival: dispuesto a estar a gusto durante el periodo estival. Algo que hace a pesar de la condena del autónomo, que cuando baja la persiana también cierra el grifo de ingresos. Cerca de la carnicería, en una calle perpendicular, un negocio de electricidad en el que trabajan padre, madre e hijo y otro de arreglo de ropa -dos hermanas que a veces cuentan con la ayuda de su madre ya jubilada- coinciden con una cartel más luminoso, con un sol y una sombrilla, para anunciar que agosto es territorio sin tajo. “Volvemos el 1 de septiembre”, que este año cae en lunes y garantiza un regreso a la rutina de cinco días, sin tregua. Toca descansar, cueste lo que cueste. Aunque sea con el inconveniente de no cobrar en la época en la que reciben la extra del verano los de la otra orilla de la cotización a la Seguridad Social. Ahí se percibe con nitidez la heroicidad de esos empresarios tan pequeños en lo relativo a los ingresos y tan grandes en el esfuerzo  que son los autónomos. Independientes en sus vínculos laborales pero subordinados al cliente que llama a su puerta y que en agosto pone una pica en la playa.