Antes de que el algoritmo me dé calabazas y el clickbait me mande a hacer puñetas, les dejo yo a ellos. Así que, después de casi dos décadas flirteando con la mesa de redacción, digo hola y adiós. Pero solo porque una relación termine, no significa que no valiese la pena. Llámenlo utopía romántica, si quieren. Una tiene cierta edad y ya ni la cabeza ni lo otro, le piden eso del poliamor periodístico por internet, ni ponerle los cuernos con una inteligencia artificial que redacta textos como churros. En esta larga convivencia escrita, que consumaba primero los domingos y más tarde los sábados, (todo un clásico), no siempre he estado lo imaginativa que debería, ni lo ocurrente que me hubiera gustado, y he destilado más mala baba de la recomendable, pero recuerdo los momentos felices desde la primera línea. Como cualquier ruptura, será dolorosa, sentiré dependencia emocional y tendré que buscarme algún escarceo para evitar el síndrome de estrés posromántico. Ya saben, sales a ligar con la idea de que no quieres compromisos, y luego te atas todas las semanas a esta columna con un vínculo super heavy. Con el desgaste lógico de pareja y, perdida la seducción, me voy esperando que haya significado algo para ustedes. Por el cariño y el respeto que se merecen, les deseo que sean muy felices. Y que haya suerte, que falta hace. clago@deia.eus