Se veía venir desde hace un par de meses, cuando en el periódico empezamos a hablar de la necesidad de cerrar el calendario de vacaciones, una negociación al nivel de la que fijó los nuevos límites de Europa en la Conferencia de Yalta. Hoy, 2 de junio, llegan los becarios a la redacción y un día de estos alguien dirá, “hasta mañana no, hasta el 15 de julio”. En el periódico que tienen entre las manos también se palpa el verano. Reportaje sobre el inicio de la temporada de playas aguado por las nubes y el sirimiri, información sobre el primer vuelo Bilbao-Nueva York o viceversa, crónica de la final del manomanista (tras la que llega siempre el inicio de los festivales de las fiestas de los pueblos) o final de la liga de Segunda. La Escuela Pública vasca celebró ayer su fiesta anual en Orduña y también hay espacio en estas páginas para el reto de la selectividad o como se llame ahora. Además, los estudiantes de Batxi 1 que han aprobado todo ya han terminado las clases y están calentando motores para las fiestas de los pueblos por la vertiente contraria a la de los pelotaris. Así que aunque no lo parezca, ya estamos en vacaciones, aunque sea en el plano anímico. Es un estado emocional, casi espiritual, que se agita a medida que se acerca la fecha concreta del descanso estival y, con un poco de suerte, se prolonga más allá de la vuelta por los recuerdos y efervescencia generados durante los días de asueto.