No hallo explicación razonable a que un periódico generalista decida llevar a foto de portada la comparecencia ante los medios de Melody –con más expectación que Sánchez anunciando el estado de alarma– mientras arrincona un ataque de Israel contra una escuela de Gaza con 35 menores muertos. Sobre todo cuando de las palabras de la diva no se desprendía noticia alguna, más allá de utilizar la carta blanca de la salud mental para repeler las críticas –un recurso habitual ya en los representantes eurovisivos y fomentado desde la propia delegación española–, banalizando un problema que no debería ser un asidero tan a la ligera. Otra cosa es que la artista se hubiera pronunciado, como varios de los competidores del certamen, incluido el vencedor, respecto al genocidio contra el pueblo palestino. Pero ahí no, porque ella “no habla de política” y solo quiere “la paz mundial”, una justificación desde la equidistancia que destila mucho más de lo que podía haber dicho. Y lo que es peor, mucho me temo que el descalabro festivalero dará aún que hablar después de que la cantante comenzara ya a chismear contra todo quisqui para dejar inmaculada su propuesta cuando lo más lógico habría sido aceptar que Europa pasó de su canción por trasnochada. No fue valiente ni poderosa. Tampoco podemos pedirle más cuando la prensa le da el espacio que hurta a lo trascendente. A la salud de miles de vidas en juego.