¿Cómo se quedarían si les dijera que, ahora que lo pienso, no soy periodista? Seguro que más de un resentido le daría con el codo a su pareja: ¿Ves? Ya te lo decía yo. Pues lo siento, pero se va a quedar con las ganas porque tengo el título oficial, vaya usted a saber dónde, pero les juro por Montoya que lo tengo, debe de estar encima de algún armario... o debajo, un día de estos me pongo a buscarlo. Lo tengo y ejerzo 24 horas para desgracia del crío, que ayer, desesperado, me mostró su hartazgo: “Siempre encuentras no sé qué estudio o una investigación que han hecho en Murcia que dice que no hay que hacer lo que yo quiero hacer”. Ah, se sienteee, que hubiese nacido en casa de cualquier intruso profesional, como el hombre ese que, sin diploma ni bendición divina ni nada, se hace pasar por cura y oficia funerales en tanatorios de Bizkaia. Me pregunto si, en vez de pasaportes hacia el cielo, lo que habrá expedido serán tiques numerados para una sala de espera interestelar, donde la cola para poner una reclamación debe de ser más larga que la de un cometa. La diócesis de Bilbao desconoce si el susodicho cobra honorarios. En caso de haberlo hecho, el día del juicio final se verá las caras con el fontanero que cobró 80.000 euros a una viuda con deterioro cognitivo por repararle un calentador. Le han caído cinco años y seis meses de cárcel. Poco me parece para un estafador homologado. Que se lo devuelva el karma con un buen atasco.