Buceando en rincones de casa y en la memoria di a parar con una imagen engominada de fotomatón enmarcada en un pase anual de tren –a lo del metro le quedaban años– que servía para desplazarme a estudiar desde Astrabudua a Areeta y, después, hasta Aiboa. (Pre)adolescencia en la que recuerdo que abonarlo les costaba a mis aitas un riñón y parte del otro, y a veces hasta un milagro, un episodio más de la cultura del esfuerzo que no estaría de más inculcar a los chavales de hoy en día. Jóvenes vizcainos hasta 12 años que desde febrero –y no antes por un desliz burocrático– podrán pasearse en transporte público libre y gratuitamente, e incluso desde julio aquellos que tengan hasta 14, sin que nadie acierte a explicarme con datos y certezas sobre la mesa las bondades de la medida, más allá del abstracto concepto de la futura movilidad sostenible. Ya barrunto un verano repleto de hormonas a flor de piel recorriendo 24-7 estaciones como aquellos que se refugian en días de lluvia en centros comerciales. Eso sí, quienes vamos a currar para, por ejemplo, costearnos la Barik de turno, veremos recortada en un 40% la subvención en abonos y títulos multiviaje. Quizás un día –quién sabe si con el proyecto de atender el uso, edad y renta– piensen en colectivos como parados, discapacitados... A mí, y siendo benévolo, solo se me ocurre ahora mandar a los ideólogos a paseo, y a la muchachada a darse caminatas. Ahí sí que se hace camino al andar.
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