Cada vez que me muevo en metro alucino con la gran mayoría de compañeros viajeros. Sé que el transporte bajo tierra camino al trabajo, la Uni o por necesidades familiares es una obligación a catalogar como aburrida y monótona. Sin embargo, lo que ocurre desde que los móviles inteligentes tomaron al asalto nuestra vida clama al cielo. Casi todos los viajeros se sumergen en las pantallas de sus dispositivos para evadirse del itinerario y a golpe continuo de pulgar, eso que la modernidad denomina scrolear, saciar el ansia que les ofrece gratis el algoritmo de la red social de turno. Pues créanme es mucho más divertido observar al personal que te acompaña en el convoy, que atender el último estado del whastapp o el vídeo tonto pero viral de la jornada. Levante la testa del móvil y piérdase en las carantoñas y arrumacos que se hace una madura pareja. Diviértase con la conversación que mantienen las cuadrillas de adolescentes a la par que teclean los celulares u ofrézcase a socorrer a una pareja de turistas que no hacen más que mirar el mapa de Bilbao buscando la parada donde quieren aflorar en la superficie. Otra opción es echar la imaginación a volar y elucubrar sobre qué le ocurre a la mujer triste del asiento de enfrente o discernir si el anciano sentado a tu lado que lee el periódico no merece un pedestal. Pruebe la experiencia. Lo recomiendo. Sentirá de otra manera sus viajes diarios en suburbano.
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