Casi dos semanas después de las devastadoras inundaciones que han asolado Valencia, los servicios de emergencias siguen con la intensa búsqueda de víctimas entre los escombros y en el interior de garajes y túneles inundados. También continúan los trabajos de limpieza, con el fin de recuperar cuanto antes una cierta sensación de normalidad en la zona cero de la tragedia. Pero, aunque los sentimientos de dolor, tristeza e indignación por las inundaciones y por cómo se ha gestionado la tragedia de la dana permanecerán por mucho tiempo en nuestra memoria, la vida continúa. Las portadas de los periódicos dejan ya paso a temas como los resultados electorales en EE.UU. en los que Trump ha barrido a Kamala. Ahora bien, una cosa es seguir con nuestras vidas –desafortunadamente otros en Valencia no lo pueden hacer– y otra muy distinta es que se haya retomado esta misma semana la puesta de las luces de Navidad. Ante la peor tragedia que se ha vivido últimamente, con centenares de muertos, poblaciones devastadas y gente que se ha quedado sin nada, no se les ha ocurrido otra cosa que encender los árboles con lucecitas. No vale la excusa que han argumentado de que el servicio estaba contratado con anterioridad. Como es lógico, al final no han tenido otro remedio que desistir ante el aluvión de críticas. Lo que ha brillado por su ausencia es la sensibilidad para con sus conciudadanos.

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