Si llevan apoquinando el billete de sus hijos en el transporte público desde que tienen 6 años y ahora que les va a salir gratis a los menores de 12 les da por cumplir esa edad, podrían formar parte del club de los resentidos. Esos que se alegran muchísimo de las mejoras sociales, pero de boquilla, porque por dentro están maldiciendo su mala suerte y, si la envidia les corroe, incluso lanzando algún improperio.
En este club tienen cabida también aquellos que han traído criaturas al mundo cuando los permisos de paternidad duraban lo que se tarda en aprender a poner un pañal del derecho y no soportan la idea de que otros los vayan a disfrutar 24 semanas. No les quiero ni contar si encima tienen que asumir su carga de trabajo. Eso es un “Zorionak, me alegro mucho” por fuera y un “La que me espera” por dentro de manual.
A ellos se suman los que por los pelos no pudieron solicitar la ayuda de 200 euros por hijo hasta los 3 años y los que, tras consultar las tarifas de criogenización y desecharla, tampoco van a poder beneficiarse de su extensión hasta los 7 años. Qué prisa tienen los críos por crecer.
El título de miembros honoríficos lo ostentan, por méritos propios, los que tuvieron que hacer la mili justo antes de que dejara de ser obligatoria. Eso sí que debió de escocer. La cosa es que hay gente que no ha catado ninguno de estos avances. “¿Acortar la edad de jubilación? Vale, pero cuando pase la generación de pringados”.