Veranear casi veinte años en la Costa de la Luz equivale a un máster del milagro económico español, de la parte ligada al turismo; ese flujo monetario intermitente que, sin embargo, eleva a cotas récord los índices y saca lustre extra a la acción de gobierno. En el catálogo del empleo que se genera en el levante peninsular, ejemplo de libro del desarrollo costero, hay encargadas de heladería que se caen de la lista de la Seguridad Social en el invierno y vuelven a engancharse en marzo para poner a punto el local y empezar el proceso de selección del personal temporal que trabajará desde Semana Santa hasta el fin de la temporada. Fijos discontinuos y eventuales alimentando la cartera de un empresario con tres locales en un tramo de 35 metros que es paso casi obligado para llegar a la playa. También hay en la costa alicantina propietarios de establecimientos franquiciados que son una navaja suiza de la hostelería: Desayunos, comidas, cenas y heladería. Así que es posible ver al hombre sirviendo cafés a las 8.00 y cervezas al filo de la medianoche tras un mínimo descanso de 16.00 a 20.00, en ese momento en el que la caló vacía las calles de turistas y, sobre todo, del personal local, que sabe como se las gasta el sol a esas horas. Eso sí, también hay clientes despistados que acuden a los restaurantes a las 15.45 y muestran su enfado -“En verano no podéis cerrar a estas horas”- cuando la camarera les comenta que el cocinero ya está recogiendo. Se ve que el modelo ya se ha enquistado entre los empresarios, los trabajadores y los consumidores.