Todo en exceso es malo, incluso lo bueno. Bueno es que vengan más turistas a conocer nuestra tierra. Bueno es que opten por alternativas de alojamiento diferentes a los hoteles. Bueno es que se ahorren unos euros los que se alojan en pisos turísticos. Bueno es que los propietarios de las viviendas ingresen mucho más que por un alquiler continuado. Pero cuando todas estas bondades empiezan a ser excesivas, generan dinámicas desconocidas y gravosas para los vecinos e incluso pueden afectar al perfil social de ciertas zonas de las ciudades, entonces se convierten en malas, muy malas.

Así lo están entendiendo municipios y comunidades de vecinos que ven cómo la buena convivencia de la que venían disfrutando hasta la fecha puede irse por el sumidero. Los conflictos que generan algunos de estos inquilinos temporales está llevando a que los propietarios de los portales cambien sus estatutos para prohibir taxativamente la presencia de viviendas turísticas en sus comunidades. Los ayuntamientos están aplicando moratorias y normativas que limiten la posibilidad de que se abran este tipo de alojamientos en sus localidades. No existe aún turismofobia pero se ve en lontananza.

Que vengan visitantes es bueno, sin duda. Generan riqueza y los foráneos nos conocen para que puedan ser embajadores de este país. Pero con moderación. Hay que huir de la gentrificación y de que el negocio de los pisos turísticos hipoteque los alquileres tradicionales que tanto se necesitan.