Alguien haría bien en aclararle a Kylian Mbappé los ingredientes del equipo por el que ha fichado porque me da que se ha quedado solo con la pompa de su envoltura. En un gesto poco característico del fútbol, el astro francés dio un paso adelante para alentar el voto juvenil y la conciencia en aras de construir un muro de contención frente a la ultraderecha en las legislativas galas. De inmediato me sobrevino la imagen de Ayuso, Almeida y Florentino desenredando el hilo del cambio fiscal que ha facilitado la contratación del parisino de orígenes africanos por parte del Club-Estado, donde anidan entre su hinchada y en el propio vestuario fieles aventajados de los Alvises. 175 deportistas de la talla de Dembélé, Tsonga o Compaoré se han pronunciado en los mismos términos, como en su día hiciera Zidane contra el padre de Le Pen. Posicionarse políticamente, de no ser los Carvajales de turno a los que le gusta publicitar patrioterismo, sigue siendo un estigma en el Estado español, más en el deporte que en otras ramas culturales. “Yo soy jugador de fútbol, un profesional del balón, me dedico a ello y creo que de lo único a lo que me debería dedicar es a hablar de lo deportivo, no de otras cosas”, sostenía el guardameta del Athletic y de la selección española, Unai Simón. Lícito que lo haga como decisión individual, pero no como paradigma colectivo. Olvida que su figura es trascendente no solo por sus muchos méritos deportivos. También por ser un referente social.

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