LA política internacional es un misterio que la mayoría de los ciudadanos renuncia a desentrañar. Al final no queda más remedio que fiarlo todo a las vísceras, que generan reacciones intensas y emocionales en una escala con el amor y el odio en los extremos. El conflicto entre israelíes y palestinos tiene muchos matices, y no hay que olvidar cual fue el detonante de la actual escalada de violencia. Sin embargo, es evidente que en este caso un poderoso ejército está barriendo a decenas de miles de civiles como quien combate un enjambre de abejas, sin dar importancia a la vida humana. Es el proceder que cabe esperar de un gobierno a la derecha de la extrema derecha y sin escrúpulos. No tiene en cambio ninguna lógica la tibia respuesta de la comunidad internacional, que nunca ha sido un ejemplo de acción colectiva y se aleja constantemente de ese escenario utópico en el que el humanismo es la energía que impulsa las decisiones. Es coherente con su insensibilidad que el ejecutivo de Netanyahu justifique sus actos. No sorprende que Israel no haya sido expulsado de competiciones deportivas o del latoso festival de Eurovisión. Lo que sí llama la atención es que el estado hebreo no asuma que sus actos generan un rechazo en la población, que está libre de ataduras y se pronuncia con libertad ante un genocidio. Abuchear a Israel en los eventos es síntoma de que la sociedad responde y, de alguna forma, impide el exterminio que no dudaría en perpetrar el Gobierno israelí.