Ahora que se es niño con 15 años y ese niño es casi sinónimo del menor que lo es hasta los dieciocho, cuando la adolescencia no empieza con el primer pantalón largo sino con el primer móvil, a los once, y no acaba al tiempo que el bachillerato sino a los veinticinco o más allá, hoy que se puede ser joven hasta los cuarenta y la madurez se alcanza, en los casos en que se alcanza, a partir del medio siglo; haber llegado a una edad, eufemismo de lo que cuando éramos niños llamábamos un/a señor/a mayor, al parecer ya no lleva implícita la libertad de poder decir lo que uno piensa, que no tiene por qué ser lo que a uno le dé la gana. Antes, se crecía impelido a contener las verdades que cada cual consideraba porque los mayores siempre tenían razón y no estaba bien ni pretender llevarles la contraria. Así, con cierta severidad y aquello del cuando seas padre comerás huevos. Hoy, cuando son los mayores quienes juegan y corren por la calle, quienes visten pantalón corto; los años que antes daban la virtud de la experiencia y hasta el privilegio de la rareza suponen haberse quedado analógico. No controlas. Lo hacen menores, adolescentes y algún joven de cuarenta y tantos. Y si cantas una verdad, molestas, eres pesado o tienes mal carácter. Así que de los cincuenta al horizonte de la jubilación antes de que Escrivá se metiese de por medio es esa edad en la que aprendes a callar lo que piensas. A que era esto la eterna juventud...