NUNCA he entendido que para luchar contra la pasividad por el cambio climático se acabe atentando a martillazos o lanzando salsa de tomate contra obras de arte de valor incalculable. Activistas de Just Stop Oil atentaron ya en 2022 en la National Gallery de Londres contra Los Girasoles y contra La joven de la perla, de Vermeer, en La Haya. Ahora ha vuelto a ocurrir y me temo que no será la última vez. Dos jóvenes han atacado esta semana a martillazos a La Venus del espejo, de Velázquez, en Londres y han roto el cristal que protegía el lienzo. Pero, ¿de qué sirve tirar sopa a obras de arte en nombre del activismo climático? ¿O pegar puñaladas por la espalda a la Venus del Espejo como hizo Mary Richardson en 1914 para protestar por la detención de la líder sufragista británica Emmeline Pankhurst? Los dos militantes ecologistas que han atacado el cuadro de Velázquez aducen que su intención ha sido emular a las sufragistas “porque las mujeres no consiguieron el voto votando”. No veo a mi abuela y a las mujeres de su generación, que lucharon por el voto y los derechos de la mujer, asesinando a Las Meninas o pegando tiros al Guernica. No todo vale para reivindicar, ni siquiera por el legítimo voto de la mujer o la lucha por el cambio climático. El fin no justifica los medios. Cuando se cae en la defensa de una postura con insultos, gritos y acciones violentas, se corre el peligro de perder la razón.

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